domingo, 28 de agosto de 2011

Como madre e hijo

Hacía tiempo que ya había usado la rueda de auxilio, así que este atajo equivocado que había tomado lo estaba incomodando.

Cada piedra, cada agujero, parecía estar a punto de dejarlo a pie. Pero ya era tarde, faltaban muchos kilómetros por recorrer y no quería aminorar la marcha.
Su capricho, como suele pasar con los caprichos, no lo llevó a buen puerto. Una roca filosa abrió un gran siete en la banda lateral de su goodyear agrietada que calzaba en la llanta delantera derecha. Cada una de las cubiertas era de una marca, y por lo tanto, modelo distinto, pero todas eran viejas, eso si era algo que tenían en común. También estaban mal cuidadas, igual que el resto del auto, y sin necesidad de volver a mirarlo, como la imagen que mostraba al mundo su propia persona.
Su barba mal afeitada y arrugas que sus ojos disparaban hacia los costados caracterizaban su cara hacía varios años. También su paleta amarronada de tanto apoyar el cigarrillo sin filtro en el mismo lugar de su boca.

Se encontraba en cuclillas, mirando con asco la rueda magullada. En parte por estar haciéndolo con resignación y en parte porque el sol de poniente daba directo sobre sus ojos.
Se puso de pie e hizo un paneo sobre el paisaje. Seguía con su cara de asco.
No había nada que pareciese indicar civilización. Todo era descampado y un camino de tierra polvoriento.
Sosteniendo su expresión en la cara, tomó algunas cosas del auto y emprendió un pesado andar en la dirección que se dirigía, sabía que de donde venía, debía moverse a 40 Km/h durante dos horas para alcanzar la carretera. Era probable que hayase algo antes si continuaba avanzando. A 3 o 4 Km/h en este caso.
Pronto sólo la tenue luz de la media luna que colgaba del firmamento iluminaba el camino. Siguió caminando.
Y siguió caminando.

Ya habían pasado un par de horas cuando llegó a una división. El maldito camino se dividía en dos. La mitad que se abría hacia la izquiera era mucho más ancha que la que lo hacía hacia el otro lado. Siendo así, probablemente el camino a su derecha, que estaba mucho menos marcado, era recorrido a pie, así que sería su mejor alternativa.
Llegó a una casa, vieja y sucia, pero una casa al fin.
Se aproximó desganadamente, subió los crujientes peldaños de madera que antecedían a la puerta, y la hizo sonar con un algunos toques de sus nudillos.
Ya era cerca de media noche, no era un hora apropiada para presentarse sin previo aviso. Poco le importaba.
La puerta se abrió y una mujer tan enjuta como anciana, se paraba detrás del mosquitero.

- Hola. - Le dijo intentando borrar la expresión que lo acompañó en su caminata.

La anciana lo miraba extrañada. Casi como si lo reconociese. Como si le resultara familiar. Pero no respondió al saludo.

- Hola. - Repitió. - Disculpe que la moleste a esta hora. Tuve un problema con mi auto.
- Sí, seguro. - Dijo ella. - ¿Que otra cosa lo traería a mi puerta?

Le hizo un gesto de asentimiento. Cada vez tenía menos ganas de estar ahí.

- ¿Cómo puedo ayudarlo?
- Mi auto está muy lejos de aquí. Siendo que ya está entrada la noche, ¿podría usted hospedarme hasta mañana? No seré una molestia, sólo necesito dormir un poco. En agradecimiento podré ayudarla con algún trabajo en su casa o necesidad que tenga.

La ancianita emitió un sonido aprobador, sonrió tonta o inocentemente, como una niñita y lo invitó a pasar.

- ¿Tendrá hambre también?
- Como le dije. No quiero molestarla, con un sitio para dormir será suficiente para mí.
- Pero jóven, ¿qué clase de mujer sería si no pusiera un plato en la mesa para un hombre hambriento que se hospedará en mi casa?

No lo dejó moverse de la cocina. Le calentó algo que ya estaba en la cacerola y se lo sirvió en un plato rajado.
Parecían verduras hervidas con alguna clase de carne. No recordaba haber recibido una imagen tan desagradable de un plato de comida.
La miró buscando alguna excusa para rechazar eso que se le había impuesto.

- Son verduras de mi propio jardín. Verá, estoy muy lejos del pueblo como para ir de compras, tengo mi propia huerta. Es todo muy sano. Soy una mujer independiente ciento por ciento. Un poco solitaria, pero ya está usted aquí.

La expresión de Roberto no acompaña las palabras de la mujer independiente.

- Coma. - Dijo poniendo el oxidado tenedor sobre el plato.

La verdad es que tenía hambre y estaba cansado. Comería y se iría a acostar. Pronto podría seguir su camino.
El sabor fue tan desagradable como la apariencia de la comida. Seguía sin saber que carne era, pero cuanto menos pregunte, mejor.
Terminó de comer y se acostó, vestido como estaba, sobre la cama rechinante que se le concedió.

Ya estaba amaneciendo cuando se despertó con un tremendo dolor de cabeza que punzaba sobre su cráneo.
Quiso tomarse la cabeza con las manos, pero algo lo impedía.
Abrió los ojos.
Seguía en el mismo cuarto, acostado en la misma cama. Pero sus manos y pies estaban atados. Apenas se podía mover.
Haciendo el menor ruido posible, comenzó a forcejear intentando liberarse. Sus esfuerzos eran en vano. Estaba muy bien atado. Todavía había poca luz y no podía ver como eran las ataduras, pero eran muy resistenes. Cuero tal vez.

La mañana transcurrió, sus gritos e insultos no fueron respondidos. Hasta que Isabel se presentó en la habitación.

- Buen día dormilón.

Robertó explotó en agresiones y amenazas que soltó durante cerca de un minuto, en el que casi no se ocupó de respirar.

- Yo también he dormido bien hijo. Gracias por preguntar.
- ¿Su hijo? ¡Muerto antes que ser su hijo vieja asquerosa!
- Seguro. - Respondió con sequedad y firmeza. Luego cerró a la puerta tras de si.

No fue hasta la noche que su madre volvió a la habitación.

- ¿Te comportarás amablemente o te quieres ir a dormir sin comer?

Roberto estaba desesperado. No había podido soltarse en todo el día. Estaba deshidratado, lo cual sostenía su dolor de cabeza que no había cedido.

- Seré bueno. Necesito agua.
- Claro. - Dijo Isabel. - Te traeré un poco. Ya vuelvo.

Volvió con un vaso de vidrio lleno de agua sucia. La bebió a pesar del olor y desagradable sabor.

De un pequeño agujero en el suelo salió un ratón, guiado por el sócalo de la pared, caminaba sigilosamente blandiendo su nariz agitada.
Isabel, con una velocidad que sorprendió a Roberto abrió un cajón y sacó una trampa ya lista para atraer y capturar roedores.
La ubicó en una esquina. Se echó hacia atrás, miró a Roberto, le guiñó el ojo y se sentó a esperar.
Pocos segundos duraron los chillidos del pequeño mamífero agonizante.

- Esta noche cenaremos algo más que solo verduras hervidas. Exclamó alegremente. Tú sólo espera aquí.

Se fue a cocinar tarareando una canción que le recordaba a Frank Sinatra.