Implacable. Indiferente. Insensible. Impasible.
Nada parecía importarle. Ni siquiera los eones que llevaba perdida.
Por fuera se la veía brillante. Orgullosa. Majestuosa.
Por dentro estaba vacía. Apagada. Sucia. Llena de olor a muerte.
Pero el universo, por más grande que sea, tarde o temprano enfrenta a los cuerpos que lo circulan en espectaculares encuentros.
El campo gravitacional de un planeta gaseoso acarició su masa. Lentamente curvó su trayectoria y la empezó a atraer hacia él. No la iba a soltar.
Paulatinamente el calor la fue acobijando. Luego comenzó a ablandarla. Más tarde la incineró.
Nadie lo notó. Probablemente, ni ella misma.
Su paseo sin rumbo había terminado acaloradamente. Por cierto, de la misma forma que había comenzado.
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