viernes, 12 de noviembre de 2010

La Maldición del Padre Agustín

Capítulo I

Que bien que se sentía una ducha después de 14 kilómetros trotando por la montaña en una excelente mañana de primavera.
Le gustaba mantenerse en forma, el deporte era una parte importante de su vida. Cave lo acompañaba siempre, era un perro fiel. Desde chico que en el orfanato se había destacado en casi todos los deportes, pero correr era lo que más le gustaba, le permitía liberar su mente, las mejores ideas se le ocurrían corriendo por la ladera de la montaña en la que vivía con su novia, Emma, a unos 20 minutos del pueblo.
Ella también era huérfana, se conocieron en el orfanato. Él siempre supo que ella era el amor de su vida. En esos días fríos en el orfanato el calor del recuerdo de su sonrisa lo reconfortaba.
Cada vez que otros chicos eran más valientes que él y le hablaban o la invitaban tirar piedras al lago, él sentía que la había perdido por no haber tenido el coraje de intentar algo antes y hasta que ella no volvía a estar sola, no volvía a estar tranquilo. Pero era muy chico para reconocer su propia obsesión. Mil y una vez sintió que ya era muy tarde por no haber actuado antes, pero siempre volvía a estar sola. Cada vez que lo miraba él se hacía el distraído y después la volvía a mirar, ella sonreía y él otra vez perdía la mirada en otra dirección. No fue hasta mucho tiempo después de separados y ya con sus propias vidas formadas, que se encontraron casualmente una noche y esa vez por fin hizo lo que tenía hacer.

- Hola mi amor! Que tal el jogging?
- Bárbaro! Cave está agotado, corrió alrededor mío todo el camino y persiguió todo lo que se cruzó!
- Acordate que dijiste que ibas a arreglar el mosquitero del cuarto. Yo igual hoy traigo insecticida. Me voy que llego tarde.

Le dio un beso y salió de la casa. Estaba dando vuelta el auto cuando lo vio venir por el espejo.

- ¡Tomá, te olvidaste la carpeta!
- No no, está bien, dejala. Esos son los borradores, no los tengo que llevar.
- A bueno, los dejo donde estaban. Otro beso...

Recibió su otro beso y la vio irse. Sabía que no necesitaba la carpeta, pero quería otro beso de esos labios sensuales. El día transcurrió sin mayores sobresaltos.

Ya estaba la luz apagada y se estaba quedando dormido, un poco molesto por la negativa que recibió a sus intentos románticos de esa noche con ella.

- Nicolás, hay una cosa.
- ¿Que pasó?
- Me ofrecieron trabajo en capital. No me lo quiero perder.
- ¿Pero como? ¿Querés que nos vayamos para allá?
- No no, ya se que a vos te encanta vivir en una casa y salir a correr por la ladera.
- ¿Pero y como vas a hacer?
- Me voy a ir para allá. Sola.
- No entiendo.
- Lo acepté, tengo que empezar el lunes.
- Pero eso es en dos días!! ¿Hace cuánto sabés esto, recién ahora te avisan?
- Un mes, no supe como decírtelo. No quiero que te pongas mal. Igual, no me digas que no te lo imaginabas. Sabés que lo nuestro está estancado hace un año y que tarde o temprano iba a pasar. Además lo tenés a Cave que te sigue a todas partes. - Su cara demostró que no se conformaba con la compañia de Cave, también dejó ver su enojo - Yo no aguanto más la chatés de este pueblo y esta vida que es idéntica a cuando nos mudamos acá hace tres años. Perdoname que sean drástica, todos los días traté de decírtelo pero no pude.

No lo podía aceptar así no más. Ni la podía dejar ir. La discusión se puso acalorada.

- Me voy a ir y no hay nada más que hablar. Perdón si no te gusta, pero es así Nicolás. No es solo el trabajo, el tema es que no quiero estar más con vos.

Nicolás estaba fuera de si.

Una sensación extraña en su mano lo despertó. Era Cave lamiendo sus dedos. Por la luz que dejaba ver la cortina debería ser media mañana. Se metió en la ducha, tenía un dolor de cabeza tal que no abrió la ventana porque la luz le molestaba. Después de la ducha se sentiría mejor.
Emma ya se había ido, junto con sus cosas.
Evidentemente ella tenía todo organizado desde antes.
Los siguientes días pasaron, pero parecía que hacía una eternidad que lo había dejado. Los minutos sabiendo que no la tenía, eran horas. La ansiedad de que no conteste sus mails y su celular esté fuera de cobertura constamente lo carcomía.

- ¿Que pasa Cave? Vení, ¿Vamos a correr?

¿Se sentirá mal? - Se preguntó. - Que raro que no venga... ¿Lo habría afectado la ausencia de Emma? A lo mejor los perros son tan receptivos que también lo afectó el abandono. Ya se le pasará.
La pregunta era cuando se le pasaría a él.

El mosquitero seguía roto y cada vez hacía más calor, el tema de los insectos se estaba volviendo molesto.
Fue al pueblo a comprar grapas para engancharlo y que quede bien de una vez. Le pareció raro que el ferretero lo salude como si lo hubiera visto ayer. Siempre era muy agradable con su saludo y le preguntaba como andaba Emma. En el fondo mejor, no quería hablar de ella.

- Cave, ¿que te pasa? ¿Vamos a correr?? - Dale, no te hagas el duro. - Hablándole a un perro, dijo riéndose - Que mal estoy.... - ¿Vamos a correr??

Esta vez no pudo resistirse a esa frase y se unió a la carrera de la mañana.

Iba trotando cuando vio una libre, quiso agarrarlo del collar pero ya era tarde, Cave la había visto, olido y escuchado mucho antes, instantáneamente se dio a la persecución del roedor. Lo siguió todo lo que pudo, pero era un perro muy rápido.

Después de estar llamándolo por 15 minutos lo pudo ubicar por los ladridos. Se ve que la liebre se metió en una especie de cueva entre unas rocas de la montaña, pensó, porque no paraba de ladrar hacía adentro. Lo llegó a ver entrar en la cueva ignorando todos los llamados que le había hecho. Miró hacia para adentro, pero había mucha luz afuera y sus pupilas estaban muy contraídas, decidió entrar sólo 1 o 2 metros para aclimatarse a la poca luz e intentar recuperar a Cave, si no, se iría, él también sabía el camino de regreso.

Había un olor muy fuerte, debería haber algún animal muerto en ese agujero, no era muy buena idea quedarse. No fue hasta unos instantes antes de irse que distinguió a Cave muy atento a algo en el suelo. Se aproximó desconfiadamente, ayudado por el tacto intentó reconocer de que se trataba. Parecía un bolso, ¿contendría algo valioso? ¿Dinero tal vez?
Sus ojos se fueron acomodando y le mostraron lo que ya había visto Cave. Era un cuerpo humano. Se levantó de un salto y golpeó su cabeza contra el techo. Cayó sobre las piedras a un costado. Pasaron varios minutos antes de que recobrara la consciencia.
Salió tambaleándose, aguantando el vómito conformado por su reciente ingesta de fruta.

Tardó poco tiempo en llegar la policía y enseguida comenzaron a hacer su trabajo.
La noticia le pegó en la frente como un ladrillo cayendo desde un rascacielos.
Era Emma.

- ¿Pero como? ¡Está en la capital! No puede ser ella, están equivocados. No es ella.



Capítulo II

Ya le habían tomado declaración y lo mandaron a su casa, ellos se pondrían en contacto con él en cuanto tengan algo definido. Le pidieron que no deje el pueblo en los próximos días, hasta esclarecer el caso.
Fue poca la información que les pudo dar, ella se fue casi sin previo aviso y desde que se fue no le había devuelto sus llamadas.
El reporte preliminar del forense fue devastador. Violación seguida de muerte. No podía imaginar el sufrimiento por el que debería haber pasado Emma en sus últimos momentos. No se perdonaba no haber estado ahí para ayudarla.

Esa noche se le quemó la comida.

Accionó el interruptor. El tubo cobró fría vida y desparramó su luz generosamente sobre la mesa de trabajo.
Estaba revisando algunos papeles olvidados que había dejado Emma en busca de algún teléfono o forma de contacto que le permitiera averiguar que podría haber sucedido.
Fue en ese momento cuando su garganta se anudó y su mente se atormentó. ¿Como podía ser? ¿Porque estaba pasando esto? ¿Quién podría saber del Padre Agustín? ¿Porque dejarle ese post-it tan macabro?
Apuró un trago de whisky que lo ayude en ese tenso momento.
Su paso por el orfanato no solo lo dejó enamorado de Emma, también lo dejó marcado por los abusos repetidos del Padre Agustín. Quien lo amenazaba con separarlo para siempre de Emma enviándolo a un reformatorio si contaba lo que pasaba en su despacho. El Padre sabía muy bien donde apretar.
La nota del post-it rezaba:
“Ella lo merecía por irse. Me debes las gracias. Padre Agustín.”

Nicolás sabía perfectamente que el Padre Agustín debería ser muy anciano, si es que todavía vivía y no podría cargar con ella hasta ese agujero inmundo. Menos que menos, abusar de ella.

El arañazo que se hizo sobre las costillas en la cueva manchó su camisa imprimiéndole unos puntitos alineados de color bordó. Decidió limpiar su camisa en un vago intento por ocupar su atormentada mente.

Cocinar junto con a Emma era una de sus actividades preferidas. Ahora debería hacerlo en compañía de sus miedos y para peor, sin el cuchillo para picar, que no lo pudo encontrar. Era comprensible en su estado calamitoso.
Optó por bajar al pueblo a comprar una pizza.

- Ella me dejó. Fue asesinada. Me dejaron una nota maliciosamente escondida entre sus papeles. Algo está mal. Alguien está jugando conmigo. ¿Será alguien del orfanato obsesionado con ella? ¿Porque me tortura a mi ahora? Lanzó un grito que salió de lo profundo de sus entrañas y estremeció hasta las raíces de los árboles más robustos. El bosque cubrió el cielo de aves espantadas.

Pedaleó invadido por una mezcla de emociones que hacían latir su corazón más fuerte que lo era necesario para irrigar sus fibrosas piernas arremolinadas.
Su mente iba tan rápido como sus pies, describiendo el mismo círculo exacto cada vuelta. Repasando el mismo camino, una y otra vez. Dejó sus piernas quietas y se dejó llevar por la pendiente que ofrecía su comodidad inherente. Necesitaba descansar.

Cuando llegó al pueblo no entendía como era que todo estaba cerrado. ¿Que hora era? El dolor de cabeza y la fotobia producida por las luces del pueblo lo atormentaban.
El reloj del pueblo acusaba 3:04 am. Eso no era posible, cuando había intentando cocinar recién eran las 22hs. Golpeó su cabeza con la palma de su mano en un desesperado intento de acomodarse las ideas.
Siguió hasta un kiosco que permanecía abierto durante la noche y se contentó con unas barras de cereales y una bebida con un hombre corriendo en la etiqueta.
Emprendió su regreso cuesta arriba. Se lo tomó con más calma.

Su rostro se retorció como un gusano rociado con sal. Las lágrimas brotaron de sus ojos. El horror y pánico arrancaron la poca cordura que aún residía en su mente.
Cave colgaba de las cositllas en la puerta de su casa. El gancho entraba por su vientre y se acomodaba bajo su esternón. Todavía respiraba, trabajosamente. Lo bajó y vio morir. Tan mal estaba el pobre animal que en su confusión intentó morderlo. Que tormento habrá transmutado su mente que lo llevó al extremo de querer lastimar a su mejor amigo.

Ensangrentado, presionó el intercom para buscar el inalámbrico a fin de informar a la policía. Lo escuchó en su cuarto. Entró y cayó de rodillas. No lo había leído, pero un post-it descanzaba sobre el lomo del panasonic que Emma la había regalado, burlándose de él con su casual tono amarillento. Sus manos temblaban, había perdido la capacidad de leer, su mente ansiosa no podía leer todo a la vez como necesitaba.
“Si llamas a la policía prepárate para explicar porque el cuchillo que te falta concuerda con el corte en el cuello de esa maldita perra y te encerrarán para siempre”.

El sol salió de su cubil en la montaña y lentamente se acomodó sobre la casa, llenándola de vida, aunque solo se oliera muerte dentro de ella.
Los ojos de Nicolás seguían tan petrificados como desde el momento en que leyó la fatídica nota varias horas atrás. Estáticos como los de un pez, tan inexpresivos como llenos de vacío.

Era un hombre inteligente. Tendría que poder encontrar una salida a esta situación. El resto de la mañana caminó en círculos alrededor de la mesa ratona de roble en la que solían apoyar los pies cuando leían junto al fulgor de la chimenea. A ella le encantaba escuchar los chasquido de la leña tostándose.
Era claro que Agustín, como firmaba su psicópata amigo, tenía libre acceso a su casa. Que lo podía vigilar y conocía sus movimientos.
Salió a la puerta y mientras limpiaba la sangre de la entrada recorrió con su mirada todos los árboles y lugares desde donde lo pudieran estar vigilando. No había nadie. Era su oportunidad.
Entró, subió al ático y dejó la notebook filmando el camino de entrada a la casa.

Esperó un par de horas y salió haciendo el mayor ruido posible, a fin de que su observador, en caso de estar espiándolo, lo vea irse y se anime a entrar para dejar otra de sus nefastas notas ponzoñosas.

Volvió con algunas compras del pueblo y subió directo a buscar la notebook.
Achinó lo ojos intentando reconocer algo que se acercaba a su casa desde el lado del pueblo. Al principio no estaba tan claro, pero luego entendió que Agustín también andaba en bicicleta. Soltó una risa desganda. - El muy miserable anda en bicicleta para confundir sus huellas con las mías. Era muy astuto. Pero no lo suficiente, la notebook lo había capturado y pronto tendría una imagen de su psicótica cara.
Agustín se aproximó a la cámara más y más, con una frescura indignante. Dejó la bicicleta a un costado, y caminó hacia la puerta manteniendo la mirada en el suelo, justo antes de desaparecer bajo el techo de la puerta de entrada se detuvo. Esperó unos segundos y levantó la cabeza, miró hacia la notebook, hizo un guiño y entró.

Nicolás se agarró la cabeza en un desesperado intento de arrancarse las ideas que la cruzaban. Que puto juego macabro era este. Agustín tenía su cara, su pelo, su cuerpo, su ropa, su vida.
La lógica tranquilizó su mente. Su corazón se llenó de esperanza. Ahora entendía. El siempre lo supo, estaba seguro que tenía un hermano en algún lugar del mundo. Ahora sabía que lo tenía sin dudas. Y no solo lo tenía, eran gemelos. Pero era malvado.



Capítulo III

Tenía que ordenar todos los factores. Pensar bien que le iba a decir a la polícia. Ellos entenderían perfectamente. Esa semana había sido terrible para él, pero no se daría por vencido tan fácilmente. Tenía la filmación, la gente del pueblo podría confirmar que lo vieron comprando provisiones en el mismo momento que su hermando aparecía en cámara. A lo mejor la policía podría exigir su expediente al orfanato y confirmar que tenía un hermano gemelo.

El agente que le tomó declaración pareció creerle. Eso pensó él. Si no, no lo hubieran dejado ir. Lo hubieran retenido e interrogado.

El timbre quebró el aire y anunció la presencia de alguien en la puerta.
Un poco temeroso soltó un - ¿Quién es? - Agente Lopez y la oficial Ramirez, abra por favor. Necesitamos hablar con usted.

- Sí, por favor. Pasen. ¿Les puedo ofrecer algo de tomar?

Los invitados se miraron, tomaron aire y sin contestar a la pregunta le pidieron que por favor se sentaran, haciendo un gesto hacia el living. Tenían el informe de la autopsia y necesitaban unas respuestas por parte de él.

- ¿Podría ser tan amable quitarse la camiseta? Si se siente incómodo la oficial puede voltear.
- No no, esta bien. ¿Pero porque me pide esto?
- Sólo hágalo por favor. - Nicolás ejecutó la orden y expuso su deportista contextura. - ¿Podría decirnos como se hizo ese rasguó sobre las costillas?
- Ah, no se muy bien, me raspé cuando caí en la cueva aquel día negro del que usted ya sabrá.
- Si, estamos al tanto de ese día. Mire señor, no le voy a mentir. Encontramos señales de forcejeo y restos de piel debajo de las uñas de la difunta, Emma Thomson.
- Si, se en que condiciones pasó sus último minutos y prefería no conocer más detalles hasta estar más tranquilo. ¡Pero quiero saber que pasa con mi hermano! ¿Pudieron averiguar algo? ¿Consiguieron mi informe del orfanato?
- Señor, como le decía, encontramos restos de piel debajo de sus uñas. El ADN concuerda con el suyo.
- ¡Obvio! ¡Pero se equivocan! Ya avisé que tengo un hermano gemelo, que por alguna razón quiere destruirme y robarse mi vida. Lo tengo todo filmado.

Luego de ver el vídeo, los miró con una sonrisa indulgente.

- Ven, ven. Solo alguien con una mente enferma puede hacer esto.
- Lo sentimos, pero al único que vemos en el video es a usted salir y entrar 2 veces. Además tenemos el informe del orfanato. Sabemos los abusos que sufrió, y también sabemos de Ricardo.
- No se de que hablan. Bueno, si se, respecto a los abusos. - Hizo una pausa intentando despejar su mente que de pronto estaba sufriendo una invasión de perturbantes recuerdos. - Pero no se quien es Ricardo. Porque no me explican. - Dijo con un tono cansado y resignado, mostrando su poco interés por saber de quien se traba.
- Si nos permite le vamos a colocar estas esposas. Es el protocolo.
- ¿Perdón? - Expresó mientras se ponía de pié. Sus cejas señalaron su enojo. Su mirada no se quedaba atrás. - ¿¡Ustedes me están jodiendo!? ¡Ya les mostré el video, ya les expliqué! ¡Mató a Emma! ¡Mató a mi perro! ¡Es completamente real! ¿En vez estar buscándolo me quieren llevar a mi?

También se pusieron de pie y le pidieron gentil, pero firme y pausamente, mientras sostenían un brazo al frente y el otro cerca del arma, que se ponga de rodillas y ponga las manos en la cabeza.
Fue en ese momento en que llegó Ricardo para aclarar los tantos.

- ¿El muy imbécil tuvo que llamarlos, no? El miserable desagradecido no solo no me dió las gracias por ocuparme de esa perra que lo dejó, ni por hacerme cargo hasta de él mismo mientras ese hijo de puta del Padre Agustín se divertía en su despacho. A ese tendrían que estar buscando. No a mí. Yo soy su salvador. Hago por él las cosas que no se anima a hacer porque es un cagón. ¡Como esto!

Estiró el brazo y tomó el atizador, giró sobre su rodilla y lo clavó en la pierna del agente, aprovechó la facilidad que le ofrecía la corbata que pendía del cuello del agente para tirar hacia abajo y hacerlo golpearse la cabeza contra el resistente roble. Ya estaba a punto de ir a por ella, cuando una bala calibre 9 milímetros lo encontró en su camino.
Cayó al suelo y tosió sangre.

La oficial Ramirez se acercó y lo miró a lo ojos atentamente.

- ¿Que pasó? ¿Me caí? Me arde el pecho. - Se miró las manos teñidas de su sangre. - ¿Que me pasó?

La oficial se aproximó a su oído y lo tranquilizó con las palabras justas que necesitaba escuchar en ese momento.
Nicolás sonrió frágilmente con las pocas fuerzas que le quedaban, una lágrima rodó por su sien. Cerró y abrió los ojos lentamente. Una inmensa sensación de serenidad calmó su aturdido corazón. Ahora podría trotar por la ladera de las montañas con su mejor amigo y todos los días iba a brillar el sol para él.

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