miércoles, 19 de enero de 2011

Insectos

Capítulo I - Buscar y encontrar

- ¿Cuánto es? - Preguntó mientras sostenía el periódico del domingo en su mano derecha.

El kiosquero hizo una seña que no comprendió. A lo mejor no había entendido la pregunta. Por las dudas extendió un billete que cubriera el valor y recibió su vuelto.

Caminó hasta llegar un bar ambientado con una decoración retro. Escogió una mesa y abrió su diario en la sección de empleos.
Casi todos los avisos le eran familiares. De hecho no era la primera vez que compraba el periódico y conocía perfectamente su valor, así como la esquina superior en la que estaba impreso. Pero simpre preguntaba por las dudas algún día, por error, le dijeran de menos y se pudiera ahorrar unos centavos.

Había intentado aplicar a casi todos los empleos a los que podría aspirar, pero sin suerte. Ya estaba por cerrarlo y buscar alguna excusa para no pagar su café cuando vió un recuadro que no reconoció.

“Se busca jóven discreto para limpieza especial”

No tenía la menor idea de que podía ser eso, pero si la paga era buena, entonces era bueno para él. Llamó al número indicado e intentó concertar una cita. Pero en lugar eso, se le solicitó un número de teléfono al que contactarlo en los próximos días.
Ya era viernes cuando el teléfono, de su vecino, porque el suyo ya había sido cortado por falta de pago, sonó y se le avisó de la fecha y hora para su entrevista.

Era una gran galpón en una zona industrial. Una pequeña puerta y un timbre era todo lo que se podía ver que no sea la pared que lo cercaba.

- Diga su nombre. - Dijo una voz que salió del intercomunicador.
- Marco Hummings

Nadie contestó, pero el sonido timbrante del electroimán del pestillo fue suficiente para saber que debía tirar de la puerta.
Caminó por el pasillo como si supiera por donde ir, hasta llegar a una oficina que se encontraba al final.

- Bienvenido. Soy el doctor Isaac Newton.

Marco lo miró sin saber si debía reír ante el chiste que acababa de escuchar.

- Se que parece una broma, pero ese es mi nombre. Tome asiento por favor.

La entrevista ya se estaba haciendo muy larga. Marco no tenía ninguna duda de que el Doc se estabas asegurando de que si él tomaba ese trabajo, era porque no había podido conseguir otro.

- Es muy importante que usted entienda que su discreción sobre cualquier cosa que vea aquí reviste una gran importancia para mí.
- Sí, lo entiendo perfectamente.
- No, no lo hace. Pero es lógico que todavía no lo haga.

Marco levantó una ceja como desautorizando el juicio que le expedía tan cómodamente el doctor.

- Créame. De todas formas será muy bien pago, como ya le dije.
- ¿Podría decirme cual es la paga?
- Si acepta el trabajo y lo realiza como debe, la paga será de 1000 dólares por semana.

Marco intentó no mostrar la sorpresa y emoción que lo golpearon repentinamente.

- Me tomé el trabajo de investigar un poco sobre usted. Verá, me gusta conocer a mi personal. Se que necesita el dinero. Se lo enferma que está su madre y los gastos que esto le ha traído. Yo podré ayudarlo si usted me ayuda a mí. ¿Comprende?

La mirada del doctor Newton se fijó tajantemente sobre los ojos de Marco. La seriedad de su palabras y la potencia de su mirada lo intimidaron a tal nivel que cuando intentó contestar, la primer palabra que esbozó tuvo que ser repetida ya que había sido incomprensible.
Se reacomodó en su silla como intentado sacudirse la tensión.

- Entiendo perfectamente y creo que podremos ayudarnos mutuamente. Entiendo que es lo que necesita de mí y veo que sabe lo que necesito de usted.

Sonrió confiadamente, como si sus palabras no lo hubieran sido lo suficiente y necesitaran una ayuda extra.
La cara de su interlocutor no se modificó ni un milímetro.
En ese momento entró en la oficina Rastriz, como se presentó a sí mismo, y le dio la bienvenida.

Le pidió que lo acompañe para explicarle los horarios y tareas que debería realizar.
Se dio vuelta para despedirse de su nuevo jefe, pero el ya no se encontraba en la habitación.
Miró con sorpresa a Rastriz, quien sin acompañarlo en el sentimiento le indico con la mano hacia a donde se deberían dirigir.
Fueron más las restricciones que recibió que las tareas.
El empleo era simple: Limpiar. Limpiar y no preguntar.


Capítulo II - Ser encontrado

Ya llevaba un mes de trabajo. Todos los días se levantaba pensando en renunciar.
El olor, las manchas de esa baba extraña, los pedazos de algo que no podía descifrar que eran, pero que parecían restos de insectos del tamaño de una zanahoria en los casos más exagerados. Lentamente lo estaba dejando la cordura.

Ese fin de semana era el primero que podría utilizar algo del dinero, el resto había sido todo para el pago de deudas. Iría a un bar donde las botellas estén llenas y las mujeres vacías. Como él.

La noche no había sido muy buena en cuanto a mujeres, pero las copas no lo perdieron de vista. Estaba saliendo del bar y fue entonces cuando escuchó como gimoteaba una suave voz femenina.
No tenía ninguna intención de ser héroe, pero si de saciar su intriga.

Era un hombre forcejeando con una mujer. Pero ésta no ofrecía mucha resistencia y él tampoco parecía querer robarle. Incluso parecía que se conocían.
Ello lo vió y pidió su ayuda. Marco hizo su mejor actuación de ebrio que no escucha ni ve nada y siguió su camino.
La mujer corrió hasta él y se paró detrás, en seguida llegó su agresor.
La situación era confusa. Los gritos y tironeos iban y venían de todas las dirección.

Vicky cayó al suelo sobre unas bolsas de basura.
Marco intentó escapar pero terminó cayendo sobre su contricante quien se golpeó la cabeza con el suelo y quedando inconsciente.

- Muchas gracias. Muchas gracias! Me has salvado! Nunca podré pagártelo.

Marco no se había dado cuenta de lo hermosa que era Vicky. No tardó en pensar miles de formas en la que ella sí podría pagarle su acto de bravía y protección desinteresada.

Pronto convinieron que lo mejor era dejar la zona y perderse por las calles de la ciudad.

- Bueno ¿y por donde vives?
- Ahora, en ningún sitio. ¿Y tú?
- Pues yo vivo a dos calles de aquí. Sin pensarlo se ve que el instinto me trajo hacia este lado. Puedes dormir en mi cama. Tengo un sofá que me ha acogido más de una noche, no tendré problemas.

Nada más sucedió esa noche.
Los días pasaron y ambos fueron encontrando en el otro un apoyo que necesitaban. No eran la pareja ideal, pero eran lo único que tenía a la mano.
Marco nunca indagó sobre quién era el hombre de aquella noche. De hecho no preguntó nada sobre su pasado. Cuando ella preguntó donde trabajaba, él contestó que era mejor que cada uno calle su historia. Ella asintió.

- Hay algo que no te he dicho.
- Prefiero no escucharlo entonces. - Replicó Marco.
- Me gusta el peligro. - Dijo y se quedó mirándolo con cara de niña mala.
- ¿Ah sí? Pués yo tengo algo que podría gustarte entonces. - Dio un par de pasos y tomó unas llaves del cenicero de la barra de la cocina.
- Si quieres puedo enseñarte un lugar que te dará escalofríos. Pero nunca podrás comentar sobre este sitio a nadie.- Marco disfrutaba enormente sentirse tan poderoso al contar con las llaves de un lugar que estremecería a su chica.

En todo momento supo que era una mala idea, pero la tentación de ser él el que esté llevando a la ruda Vicky a un lugar como ese, era algo que no podía evitar.

- Silencio. Desde el momento en que yo abra la puerta, no podrás decir ni una sola palabra. Tampoco hacer ruidos. Nada. Sólo podrás ver y estar atenta a cualquier orden que yo te de. Y otra cosa, no podremos volver a hablar esto. ¿De acuerdo?

Marco sabía perfectamente que de noche no había nadie, y que nada iba a pasar, pero era más emocionante poner las cosas de esa manera.

- Si. Haré todo lo que tu digas. - Marco dejó volar su imaginación.

Abrió la puerta, acercó lentamente su dedo índice a su labios y los golpeó suavemente dos o tres veces. Ella sonrió.

Recorrieron el pasillo como dos agentes secretos en una misión más secreta todavía. Atravesaron la oficina y llegaron al laboratorio.
Marco iba relatando los experimentos que se iba imaginando a medida que hablaba, experimentos que podrían hacerse con todos esos instrumentos y elementos que los rodeaban.

La fascinación de Vicky enaltecían a su compañero.

Fue entonces cuando sintió ese olor pestilente que tan bien conocía. Ya había limpiado. - ¿Me habrá faltado alguna parte? - Se preguntaba mientras miraba intentando saber que era lo emanaba.

- Qué olor. - Dijo Vicky entre susurros, con una sonrisita picarezca por burlar la orden de no hablar.

Marco la miró abriendo los ojos como simulando sorpresa por haberla escuchado hablar. Pero la broma se convirtió en cosa seria cuando escuchó un sonido desgarrador. No era un animal. Por lo menos uno que el conociese. Era como si un sonido seco y chirriante saliera de alguna de las puertas metálicas de la pared del fondo. Puertas por las que él nunca debería entrar.
Había llegado el momento de irse.

Capítulo III - No querer ser encontrado

- Buenos días.
- ¿Le parece? - Dijo Rastriz. - Usted sabe muy bien cuales son los horarios en los que tiene permitido ingresar. A partir del día de la fecha vamos a prescindir de sus tareas de limpieza.

Marco se deshizo en pedidos de perdón y súplicas. Necesitaba el dinero y no sería fácil conseguir otro trabajo donde pueda ganar tanto. Rastriz lo dejaba hablar, hasta que fue suficiente.

- Muy bien. Le daremos otra oportunidad. Pero deberá hacer otro trabajo para nosotros. Se le pagará el doble. Y dado que le gusta venir aquí de noche, también deberá hacerlo para trabajar. Piense que tendrá las tardes libres. Siempre puede irse si lo prefiere.

Marco aceptó y se fue maldiciendo a su casa.

Si pensaba que lo que veía durante el día era desagradable y grotezco, entonces no exísten palabras para explicar lo que veía de noche.
Al parecer, los insectos que diseñaba genéticamente el doctor, se volvían mucho más activos de noche, y ese era el momento en el que se alimentaban, reproducían y, aunque suene ridículo, parecían jugar.
Algunos eran del tamaño de un perro mediano, otros como gatos. Algunos como palomas. Su formas eran tan variadas como sus cantidades de patas, ojos y alas.
Brillaban, eran como cucarachas enormes. Su cabezas llenas de ojos vacíos miraban en todas las direcciones. Eran terriblemente agresivos y desagradables.
El suelo se encontraba repleto de excrementos. Definitivamente esperaba no tener que limpiar eso.

- Descuide. Nadie puede entrar, así que no se limpia dentro. - Rastriz supo leer la expresión de Marco.

Si Vicky viera eso, nunca más en su vida podría olvidarse de él. Nadie podría superarlo. Ella quedaría totalmente impresionada. Tenía que llevarla.

- Ésta es la cámara principal de insectos. Hay otras más. Pero son más pequeñas y su contenido es tanto más peligroso. Por ahora, usted deberá asistirme en la captura de los insectos que debemos sacar para trabajar sobre ellos.

A Marco no le gustó nada la forma en la que dijo ese trabajar. Comenzaba a entender de que se trataba todo lo que había limpiado en el labortario. Pedazos cercenados de esos insectos inmundos.

- Vicky. Es hora de que sepas algo. El sitio al que fuimos esa noche. Bueno, ese es el lugar donde trabajo.
- Lo imaginé. - Dijo con cara de tonta.
- Sí. - Dijo él. - Pero lo que vimos no es nada. Puedo enseñarte algo cien veces más estremecedor. Sólo tengo que encontrar el momento apropiado.

No tenía ni la menor idea de como iba a hacer para entrar sin ser vistos, ya que la primera vez fue descubierto, al parecer, sin ningún problema. Pero su necesidad de pasar a la historia en la historia de Vicky lo iba a llevar a encontrar la manera.

Comenzó a comprar el periódico los domingos otra vez. Nunca encontraba lo que buscaba hasta que un día vio un recuadro en la parte inferior de la página que le pareció familiar.
Vicky no tenía servicios a su nombre, no tenía casa, no tenía parientes. De hecho Marco dudaba que su nombre real sea Vicky. Si se presentaba al puesto de limpieza diurno, iba a ser mucho más fácil llevarla al sector de cámaras de insectos.

Lamentablemente Vicky quedó seleccionada. Quizá un descuido de su empleador. Quizá ella era muy buena en lo que hacía. La cuestión era que empezaba el próximo Lunes.

Rastriz recién la conoció ese mismo Lunes, no había podido tener el gusto antes.
Esa misma noche cuando Marco llegó lo miró despectivamente.

- No aprendes eh.
- ¿Perdón?
- Te felicito. Lo han hecho bien, pero cometiste un error. Uno solo. Llevar una foto de ella en tu billetera. Un gran y tonto error.
- Bueno, está bien. - Dijo Marco. - Es verdad. Es mi chica. Pero ella es muy valiente y sabe guardar un secreto. No tiene familia ni amigos. Es ideal para este trabajo. De hecho, podría ayudarnos a nosotros. Sabes que ya no damos a basto los dos.

Rastriz lo miraba. Por un lado Marco tenía razón. Por otro lado, Marco se había pasado de la raya. Por segunda vez.

- Está bien. Seguiré tu consejo. Pero ella no podrá venir los días que esté indispuesta.
- Marco no hizo preguntas y se dedicó a su trabajo el resto de su turno nocturno.

La cabeza de las mujeres puede afectar mucho a su cuerpo. Bastó con que se le diga que no se presente los días que esté indispuesta para convertirse en la chica más irregular de la ciudad. Una noche, ese período llegó antes de los esperado.

- ¿Que sucede? - Gritó Marco.

Los insectos estaba desquiciados. Golpeaba el vidrio y se atacaban entre ellos. Era como si una ira los invadiera.
En ese momento estaban transportando uno en una pequeña jaula como las que se usan para los animales en los aeropuertos. Pero con algunos refuerzos para resistir a sus huéspedes.

- ¡No lo puedo sostener! ¡Se mueve mucho!

La caja se partió y una antena salió rápidamente por la rendija. Luego una pata y a continuación otra. En muy pocos segundos se encontraron envueltos en una carnicería. El insecto se disparó hacia la pelvis de Vicky y le produjo una daño irreparable. En poco tiempo murió desangrada.
Marco no fue mordido, pero las patas del insecto se encontraban provistas de puntiagudas espinas que lastimaron severamente su carne.
No fue hasta que Rastriz le propinó un hachazo directo a la cabeza que el insecto dejó tranquilo el cuerpo de Vicky.

Capítulo IV - Encontrado por el hambre

LLevaba dos semanas en unos pequeños dormitorios, alejados de las jaulas, pero dentro del galpón. Debía hacer reposo. No podía trabajar ni volver a su casa. No en esas condiciones.
Rastriz se había ocupado del cuerpo de Vicky.
Marco no podía ir a ningún hospital. El doc se ocupaba de sus heridas, que no evolucionaban bien.

La comida lo repugnaba. Cada vez le costaba más tragar. Pronto descubrió que las verduras eran como comer pasto y la carne, solo la toleraba si estaba muy jugosa.
Ninguno de los dos le daba su opinión acerca de su estado, pero sabía que no era bueno.
Lo días pasaron y su problema con la comida se agragababa. Solo podía comer carne cruda.

- ¿Que me está pasando? No tengo sensibilidad en las piernas. Las puedo mover, pero no siento nada. ¿Porqué me está pasando esto? - Dijo mientras se levantaba el pantalón del pijama y le mostraba su pierna a Rastriz.
- Voy a llamar al doctor.

La pierna negruzca y de aspecto sólida había desconcertado a Rastriz, y no cualquier cosa conseguía hacerlo.

El espejo le devolvía una imagen abominable de su propio ser. Sin ningún tipo de tapujo o disimulo. Una realidad tan cruda como la carne que ya no podía comer.

- Tengo hambre. - Sus palabras eran difíciles de comprender.
- Marco. No voy a mentirle. No estoy seguro de que le pasa ni por que pasa tan rápido, pero este lugar ya no es seguro. Será mejor que se acomode en una de las cámaras.
- A mi no me van a encerrar como a esos insectos inmundos. Yo soy una persona. No un bicho.

Rastriz y Newton se miraron. Ninguno de los dos lo veía como un humano. Ya no.
El hambre lo transtornaba. No sabía que comer que no lo repugne, pero debería hallar algo pronto.

Se sintió atrapado y su nuevo instinto afloró. Pegó un salto violento y golpeó los cuerpos de los dos. Sus piernas le daban un empuje poderoso. Podía empujarse hacia adelante con una violencia perturbante. La segunda vez se golpeó fuertemente con la pared, pero su cuerpo ya era muy resistente como para morir con el golpe, como ciertamente hubiera pasado con cualquier ser humano normal.

Su glándulas percibieron un olor delicioso. Lo que sea que fuere, eso era lo que iba a comer. Comenzó a desplazarse arrasando con todo. Su segundo par de extremidades salía de sus costillas, todavía no estaban muy desarrolladas, de hecho tampoco sabía que las tenía, las acababa de descubrir. Le gustaban.

Llegó hasta la fuente del olor. Eran los restos del cuerpo de Vicky almacenados en un congelador. A pesar de su fuerza le fue muy difícil penetrar la puerta que ya no supo como abrir.
La carne vieja, que había comenzado a pudrirse antes de ser congelada, satisfacía su apetito voraz. Poco tardó en reducirla a huesos brillantes.

El gas lastimaba sus glandulas y zonas sensibles. Lo estaba desorientando. No entendía de donde provenía, pronto se desvaneció.

- Pensé que nunca caería. Llévalo a la cámara principal. Quiero ver que pasa cuando despierte entre los otros.
- Sí doctor.

Rastriz y sus dos nuevos ayudantes hicieron el trabajo.

- Este es muy grande para haber sido un perro. ¿Con que estamos tratando aquí?
- Luego les explicaré. - Dijo Rastriz con su característico tono cortante.


Nota: Inspirado en los delirios imaginarios de una Flor real.


No hay comentarios:

Publicar un comentario