lunes, 29 de noviembre de 2010

Sopa de letras

Capítulo I

Ésta es la historia de Joaquín y Ángela, dos jóvenes que la vida llevó a estar juntos. Todo empezó una tarde de primavera, cuando ya faltaba poco para el verano y los días ya empezaban a estar medio calurosos, pero las noches todavía estaban un poco más frescas.
Sus vidas a simple vista eran muy parecidas. Los dos trabajaban, estaban terminando sus carreras y tenían muchos amigos. Pero ellos no eran iguales, claramente, uno era varón y la otra era mujer. Además de esta gran diferencia, él era inteligente y emprendedor, ella era perseverante y cariñosa. Pero sin embargo y a pesar de estas diferencias, sí había algo que tenían un común, y era un amor creciente el uno por el otro. Él lo consideraba un amor sincero y simple, ella sólido y confiable. Pero de todas formas, se trataba del mismo amor, que a decir verdad, era esas 4 cosas, y más también.
El momento en que se conocieron podría decirse que fue un evento fortuito, no más que una mera casualidad, o tal vez, un plan del destino minuciosamente elaborado hasta él más mínimo detalle, como sea, todo comenzó esa tarde.
No importaba si ellos jugaban en el mismo equipo o si esas largas horas de TEG, dígalo con mímica, pictionary o el que sea, lo pasaban en equipos contrarios. Todos los presentes siempre podían disfrutar, o envidiar, ese ambiente de conexión y miradas que los envolvía. Que los unía. Pasaron dos veranos y el sol cada día brilla más alto.
Lamentablemente el padre de ella, tenía mucho más que dos veranos en su haber y los que tenía, le pesaban. Enfermó y poco faltaba para que su días entre los mortales llegara a su fin.
Quizá una mera casualidad, quizá esto también era parte de ese plan del destino, pero pocos días después de que el padre de Ángela enfermara, Joaquín recibió una excelente propuesta por parte de su jefe. Ese día llovía.

- Nueve meses?
- Sí, pero te cubrimos los gastos a vos y a tu novia. Se puede ir los dos. Londres aparte, no te podés quejar. Cuantas veces una firma europea nos pidió una implementación así?
- El tema es que el padre de ella está muy mal, y no se va a querer ir, es todo un... - Su jefe lo interrumpió como solía hacer. - Si si, ya se, un tema. Pero esto es groso, te volvés y te comprás media casa o un depto. Donde la viste? Pensalo, si no vas vos lo mando a Manuel, pero te necesito a vos ahí. Es una oportunidad grosa para la empresa, para mí, para vos y para ella también. No estabas pensando en casarte? Ya le preguntaste?
- No no, no todavía no. No quiero apresurar las cosas.
- Bueno apresurá la decisión porque estoy jugado. Fijate que querés hacer, confirmame en cuanto puedas porque haberme quedado sin Proyect Manager en este momento es muy heavy para la implementación.

Ya lo tenía todo pensado y armado. Había comprado un librito de pasatiempos, armó una sopa de letras con la computadora, sacó los ganchitos y agregó la hoja al librito, era una obra de arte de la falsificación. La idea era completarla juntos y cuando la hayan completado toda se leería una frase, “Te querés casar conmigo Angie?” Hasta tenía la interrogación en el casillero D13, “Signo utilizado en la escritura para representar la entonación interrogativa de un enunciado”. Había pensado hasta el último detalle. Las palabras más difíciles eran las que podrían revelar el mensaje antes de que la sopa de letras esté completa, de modo que sólo las completarían al final, salvaguardando el mensaje hasta que la sopa de letras esté casi completa por lo menos.

- Nueve meses. Cuando vuelva, nos podríamos comprar un departamentito. Que decís?
- Pero una semana es muy poco, no podés irte más adelante.
- El Proyect Manager que se fue dejó todo colgado, hay que mandar a alguien si o si, y si ese alguien voy a ser yo, me tengo que ir en una semana.

La conversación siguió por varias horas. Pensaron lo difícil que sería estar separados, lo duro que sería para ella si su padre muriera y él no la pudiera acompañar, todo lo que se extrañarían, la diferencia horaria complicaría la comunicación. Pero sin embargo la posibilidad de comprar un lugar en el que vivir juntos no se podía dejar pasar. Londres era su destino.
Toda esa semana Joaquín se la pasó pensando si era hora de resolver la sopa de letras junto a ella o si lo dejaría para su regreso.

El avión salió tarde, como suele suceder. La espera en el asiento turista se hizo tan larga como era de esperarse. Sacó la notebook, acomodó el librito de pasatiempos, no era prudente dejarlo en su casa en un cajón, y se puso a jugar al solitario.

Los días pasaban como rayos, pero las noches eran lentas películas mudas que inundaban su mente y corazón con un vacío en blanco y negro.

Se aproximaba un fin de semana largo y la idea de su novia cada día lo convencía más. Salir el viernes a la tarde y volver el domingo por la noche. Hacía tiempo que quería conocer Vienna, y estando en Europa, tenía las cosas bastante fáciles.
El resto de la semana fue un poco más colorida y las noches planeando los lugares que iba a visitar no fueron tan pesadas.

El mismo día que llegó se dio cuenta que era una ciudad diferente, pero a su vez, muy similar a Londres. Siempre había hecho todo de acuerdo al plan, casi sin cuestionarlo, así que se sintió muy raro mientras caminaba a la estación de tren para cambiar radicalmente su destino.

Praga era una ciudad con historia en cada esquina. Verdaderamente los cientos de años vida que tenía no habían pasado en vano. Ahora si estaba conociendo una ciudad distinta.
Caminó sin rumbo hasta llegar al Charles Bridge y se acercó a la estatua de John of Nepomuk.
Su historia estaba grabada al pie. La leyó y la repitió como si se la contara a Angie:
“Es una estatua de bronce, se dice que todo el que la toque va a volver algún día. En la parte donde todo el mundo toca, el bronce brilla, como si estuviera pulido, el resto está oscuro y castigado por los años. John of Nepomuk es ahora un santo patrono de los checos que murió ahogado en el río cuando fue arrojado vestido con su armadura por Wencesaleo IV por negarse a develar las confesiones de la reina, ya que él era su confesor. Todo esto a mediados del 1600”.

- 1600. - Se dijo. - Las ciudad de esta parte del mundo si que tienen años de historia.

El resto del día transcurrió y las fotos se sucedieron una tras de otra. Que gracioso va a ser cuando le mande mails a Angie desde aquí, si que se va a sorprender. - Pensaba mientras caminaba.
Ya era de noche, Praga no es precisamente una las ciudades más seguras. Así que enfiló para el hostel atento a algún restaurante que lo seduzca por el camino.
El Karlova Mostu lo consiguió. Es un restaurante en una saliente sobre el río. La mesita al aire libre regalaba una vista nocturna de Praga digna de una de las mejores postales.
No supo bien que era lo que comió, pero dejó su estómago contento. El hostel donde iba a pasar esa noche estaba todavía a unas 18 o 20 cuadras. En pocos minutos podría tomar una ducha y acostarse temprano que ya el siguiente era su segundo día y todavía quedaba mucho por recorrer.

Por alguna extraña razón, se encontró a sí mismo algo nervioso. Quizá la falta de gente por la calle que transitaba lo hacía sentirse fuera de lugar. Se convenció de que estaba todo en su imaginación y giró a la derecha. Mala elección.
Tres hombres se lo encontraron de frente. Dos de ellos se miraron entre si y mostraron rápido interés por su cámara de fotos. Le decían en un inglés muy acotado que le querían sacar una foto con su cámara e intentaban tomarla entre tímida y decididamente.
Joaquín dejó claro que no iba a entregarla. Instantáneamente le acertaron un golpe de puño en el oído. Perdió el equilibrio y cayó golpeando su cabeza con un escalón de piedra de una simpática y pintorezca casita típica de la zona.
Los hombres tomaron la cámara y su mochila, y con la misma espontaneidad con la que aparecieron, hicieron lo contrario en las oscuras callecitas aledañas.

Capítulo II

Al principio todo estaba borrosamente blanco. Luego pudo entender que lo que había sobre él era un lámpara, que estaba en un techo. Su cama también era blanca y Astrid, la enfermera que estaba a su lado, también vestía de blanco.

- Hello. I am Astrid. I am your nurse.

El inglés de Astrid era bastante bueno. Fácilmente pudo explicarle que llevaba una semana en el hospital, que había recibido un golpe en la cabeza y que no tenían ningún dato de él. Que necesitaba que les indique su nombre e información referente a su persona.
El problema era que no tenía ni la menor idea de cual era su nombre. En donde estaba o tan siquiera, quién era él.

Dos semanas después recibió el alta. Y eso si que era un problema. No tenía dinero, casa o nombre. No era ni tenía nada.
Astrid no había hecho antes una cosa semejante, nunca había entablado una relación con alguno de los pacientes. A decir verdad, era bastante fría inclusive. Pero con Joaquín fue distinto desde que lo vió. Algo en él despertó su interés. Quizá era porque a diferencia de los pacientes que solían pasar por ahí, de él, no se sabía nada. Era misterioso.
No tardó ni un segundo en aceptar la invitación de ella de quedarse en su casa uno días. Era un joven inteligente y entendía claramente lo complicado de su situación. No podría rechazar una propuesta como esa.
Ambos estaban sorprendidos del bueno manejo que tenía de la computadora donde pasó varias horas tratando de saber quien era. Por un momento pensó que era un italiano perdido, dado que su acento en inglés denotaba cierta base italiana, pero resultó que lo encontraron poco tiempo después, así que no era él.

A pesar de su pérdida de memoria e identidad enseguida entabló una estrecha relación con Astrid, lo suficiente como para comenzar a despertar en su cama.
El hermano de ella tenía una empresa de sistemas y sorprendió a Pavel, ese era su nuevo nombre, con un trabajo de cadete. Necesitaba empezar a ganar dinero, así que era una muy buena oferta.

Pasó un año. Pavel no sabía quien había sido, pero sabía quien era ahora. Evidentemente en su vida pasada, como él la llamaba irónicamente, había estudiado, porque al poco tiempo fue ascendido y se destacó fuertemente en su trabajo donde supo ganarse el respeto de sus compañeros recelosos de su vertiginoso crecimiento laboral.

Todo iba bien. Muy bien. Una mañana de Sábado salió a pasear su perro Nepo, nunca supo bien de que raza era, pero no debería ser un primo muy lejano de los lobos típicos de Europa central a juzgar por su aspecto.
El cielo era celeste como siempre, pero su vida otra vez cambió de color.
Una mujer joven lloraba paradita frente a él. Sus lágrimas brotaban a borbotones. Ella se le quería acercar más de la cuenta, pero él ponía distancia. Nepo, a pesar de su corta edad, percibía los nervios de ambos y eso lo ponía más nervioso a él todavía.
La confusión era total. El perro ladraba, la chica lloraba mientras balbuceaba en algún idioma desconocido y todo el mundo lo miraba.
Las cosas tomaron un poco más de lógica cuando ella le mostró una foto juntos. Pero la lógica era lo menos que dominaba su cabeza en ese momento.
¿Porque pasa esto ahora? Estaba enamorado y no necesitaba nada más. Esa mujer representaba un problema más que una solución. Quería irse y que ella haga lo mismo. Pero eso no sucedió.

Al ver que él contestaba en inglés, empezó a hablarle en ese mismo idioma y a explicarle que llevaba un año desaparecido. Que lo buscaron por toda Vienna y que ella era su novia, que sus amigos y familia lo daban por muerto. Otra vez se repetía la historia, se encontraba sin saber quién era él, y era una mujer la que le explicaba.

Ella llamó a su familia y les contó el casual milagro que había sucedido. Como era claro que no recordaba nada, pidió que le traigan sus cosas, entre las que estaban el bolso de su notebook y algunas otras pertenencias que él podría llegar a utilizar para comenzar a recordar.

Los días pasaron y su vida se convirtió en una pesadilla. Padres, hermanos, amigos, tíos, todos extraños que querían meterse en su vida y en la de Astrid. ¿Quién los habrá mandando llamar? - Se preguntaba. - ¿Por qué saqué a Nepo? Lo hubiera dejado que se haga encima!
Pronto comprendió que no podía ignorar su vida pasada, que en realidad era lo que más le gustaría, pero no era de los que elijen el camino fácil, así que él y su novia, Astrid, hicieron la valijas para ir a conocer su país de origen. Un país del que acababa de descubrir que también conocía su idioma. Estaba más sorprendido que nadie. Era como si hubiera aprendido otra lengua de la noche a la mañana. Por un momento sintió que estaba dentro de una película de ciencia ficción donde nada era lo que parecía y donde con solo conectarse a una computadora se podía aprender cualquier cosa.

Pavel era una persona a la que le gustaba festejar, pero desde que vió el cartel de bienvenida para Joaquín, se sintió completamente fuera de lugar. Su nombre era Pavel, como lo bautizó Astrid, no era Joaquín. Ni siquiera le gustaba ese nombre. Tampoco su nuevo antiguo idioma. Nada de lo que había a su alrededor le gustaba. Salvo por Ángela. Había algo con esa chica que lo ponía nervioso. Quizá era el recuerdo del tormentoso momento en que se conocieron esa mañana de Sábado.

De vuelta en el hotel, mientras Astrid se bañaba se sentó a revisar sus cosas. Si es que esas eran sus cosas. Por más que le ofrecieron casa, prefirió la independencia del hotel.
Algo asomaba del bolso de la notebook. Era un puntita amarilla. Dejó lo que tenía en la mano y desconfiadamente lo sacó del bolso.
Sin saber por qué, fue directo a la hoja 8. Había algo ahí que le era profudamente suyo. Algo en esa sopa de letras era él mismo. Todavía no estaba tan ducho con el castellano, así que tardó bastante en resolverla. Astrid, que ya había salido de la ducha, no entendía que podía ser tan importante con ese librito de pasatiempos, habiendo tantos otros objetos entre sus cosas que lo podría ayudar a recordar. Pero la respuesta de Pavel, cuando le sugirió que deje el librito, fue tajante y prefirió dejarlo seguir con lo suyo. Además, ella en el fondo, no quería que él recuerde mucho, tenía miedo de que las cosas cambien y no le guste como resulten.

Su familia debía comprender que él era Pavel y que ya no era Joaquín. Que su vida era en Praga y que no tenía nada más que hacer allí. No quiso llevarse ninguna de sus supuestas cosas, a excepción de un simple librito amarillo lavado de pasatiempos y algunas fotos.

Pasó varios días sin entender que había con esa sopa de letras de la hoja 8. No fue hasta que su ansiedad bajó y le permitió leer la leyenda al pie de la página:

“Una vez completados todos los casilleros, se podrá leer una declaración en forma vertical compuesta por la segunda y la cuarta columna.”

Sus ojos rápidamente le dictaron la frase.

- Me iba a proponer? - Dijo en voz alta. - Por suerte lo dijo en castellano, ya que Astrid lo escuchó y preguntó que había dicho. Pavel contestó que no era nada y se fue al balcón. Necesitaba pensar.

Las fotos con sus amigos y exnovia eran como fotos de extraños, hasta él se veía como un extraño con ropas que no eran su estilo, pero cada vez que las veía, a veces más de una vez por día, le parecía como un deja vú.
Ya habían pasado dos meses cuando no fue hasta que llamó por el nombre Ángela a Astrid que se dio cuenta que la cosa todavía se podía complicar mucho más de lo que él había pensado.

Ella lloró mucho mientras lo vió irse. Pavel, o Joaquín, como ya no sonaba tan extraño, había decidido volver a su país algunos días, pero estaba vez lo haría solo. Necesitaba aclarar su mente y quería ver mejor como eran las cosas allí.

Capítulo III

La bienvenida no fue tan calurosa esta vez, pero de todas formas se sintió bien recibo por todos esos extraños cariñosos.
No es que no quisiera ir con Astrid, la verdad es que la extrañó desde que se fué, pero iba a poder moverse más libremente si estaba solo. Sobre todo si quería conocer un poco más de Ángela. Estaba absolutamente intrigado por esa chica a la que pensaba proponerse en su otra vida. ¿Que podría haber visto en ella como para querer casarse?

- Hola. Ángela? Soy Pavel. - Se corrigió rápidamente. - Joaquín. Sabés quien soy?
- Si! Claro que se quien sos! Que sorpresa.
- Si, me imagino. Volví unos días. A lo mejor nos podríamos juntar a tomar un café.

Ella accedió, pero no con las ganas que el pretendía. Era un poco egoísta de su parte, porque solo quería saber de quien se trataba, y sabía que él era muy importante para ella. Que esta tarde de café podría afectarla emocionalmente. Pero al fin y al cabo, era una completa extraña.
La sorpresa fue, café de por medio, descubrir que él no era la única persona importante en la vida de Ángela. Por lo visto, había iniciado una relación con alguien más.

En ningún momento mostró intenciones de intimar con él, de aproximarse o tan siquiera de tocarlo. Él no hubiera hecho nada, y en el fondo se alegró de que ella, estando en pareja, no lo haya hecho, pero de todas formas quería que ella lo busque. Quería que la mujer a la que aparentemente él le iba a proponer matrimonio, todavía esté dispuesta a aceptarlo, si es que alguna vez lo estuvo. Otra vez, no entendía que era lo que él mismo buscaba. Si bien era una persona inteligente, no fue hasta varios días después en el avión de regreso a Praga, donde tenía mucho tiempo para pensar, que entendió que era lo que buscaba en ella. Lo que no había podido encontrar en Astrid. Algo tan fuerte que lo haga sentir que esa era la mujer de su vida. Astrid no lo era. Era una excelente compañía. Era una chica encantadora, trabajadora y amorosa. Pero no era la mujer con la que querría pasar su vida.

Pocas veces se había puesto a filosofar, no era su rama. Pero el famoso “amor de la vida”, ¿es el que nunca se pudo concretar? ¿Son esos amores perfectos y pasionales que al final nunca fueron? Ese amor de la vida ¿se ganará el título solo por el hecho de no poder serlo, y en caso de serlo, entonces pasar a ser otro amor más? ¿Será posible sostener una amor tan pasional sin que agote las fuerzas de la pareja? - Pensó. - La pasión ¿muere o se mata? en defensa propia...

Internet le trajo un sin fin de personas que aseguraban conocerlo de toda la vida o por lo menos desde hacía mucho años. Algunos días se sentía casi como una persona famosa caminando por la calle, todo el mundo lo quería saludar y acercase como si lo conocieran y él, en cambio, no solo no conocía a estas personas, sino que además, no le interesaba hacerlo.

- ¿Y si vamos a remar al río? Hace muchísimo que no lo hacemos...
- Pavi, nunca fuimos a remar. - Dijo ella con tono de preocupada. - Te sentís bien?
- Si, no sé en que estaba pensando, olvidate.

Se quedó mirando por la ventana. ¿Cómo que nunca fuimos? Pensó.
El recordaba haber ido muchas tardes a remar con ella. Es más, se acordaba de las plantas a los costados del río y de los canales. El tema era que debería ser otro río, porque el que cruza Praga, ahora que lo pensaba mejor, estaba rodeado por edificios y murallas.

Los recuerdos se fueron sucediendo unos tras de otro, pero ya sabía que no era conveniente decirlos a viva voz, así que la iba tanteando, pero Astrid poco tardaba en saber que era lo que sucedía. Cada vez tenía más historias y momentos vividos con ella, de los cuales al parecer, ninguno era real.
Su vida entera había pasado en pocos meses de ser ordenada y próspera a un sin fin de recuerdos irreales e inseguridades que lo acosaban hasta en su sueños. Su trabajo carecía de sentido y él de ganas de realizarlo.
Volver con su familia definitivamente no era una opción a considerar, pero a lo mejor mudarse solo y separarse de Astrid podría serlo. Nepo no era negociable, el resto le daba igual.

Su nuevo departamento no quedaba muy lejos del anterior, el barrio le gustaba. A lo mejor todavía no había tenido el coraje de dejar todo eso. ¿Cómo hacer lo que uno quiere cuando no se sabe que es lo que se quiere? Mejor quedarse cerca, por las dudas.

- Nepo! Vamos? Querés salir? - Dijo en un inglés sin acento definido.

Siempre le gustó el color celeste intenso del cielo despejado. Era un tarde ideal para pasear y ver a los turistas despreocupados acariciando la estatua de bronce pensando que si lo hacen algún día volverán.
Y ahí estaba ella. En el mismo lugar donde se la encontró por primera vez hacía algunos meses ya. Paradita sonriendo, muy nerviosa.

- Hola Pavel.

Él la miró y sonrió. No supo que contestarle, solo quería abrazarla, pero se contuvo.

- Hola Ángela.
- Se que ya no sos el Joaquín que yo conocí. Pero seas quien seas ahora, me gustaría conocerte.

El Karlova Mostu se levantaba detrás de ella, y a continuación pasaba el río que acariciaba incansable el suelo y las paredes que lo guiaban.


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