jueves, 28 de octubre de 2010

Un día de camping - 1era parte

- Juan! Juan! Me oyes? Juan! Contesta si escuchas mi voz!

Víctor nunca había perdido a uno de sus niños. Si bien se preocupaba por Juancito que llevaba varias horas perdido, en el fondo se alegraba de no haber sido él quien lo haya perdido, sino que fue su colega de la escuela de Boys Scouts, Ernesto, quien lo perdió. Además no era la primera vez que Ernesto perdía uno, ya era hora de que el supervisor general tome los recaudos necesarios antes de que pase algo grave, como esperaba que no haya sucedido esta vez.
Juan seguía sin contestar los llamados de Víctor. La tarde ya estaba cediendo su lugar a la noche y costaba ver entre los árboles, pero no podía dejar a Juancito perdido en el bosque de noche. Armado con una victorinox y una linterna de bolsillo, se las tuvo que arreglar para seguir la búsqueda.
Pensó que la dirección hacía el río, que era con una leve pendiente, era el camino a seguir. Se imaginó que un niño queriendo explorar avanzaría por el camino más fácil y la leve inclinación del suelo hacía el río proponía esa situación. A lo mejor tenía suerte.
Lamentablemente en algún punto estaba equivocado, porque llegó al río y no había ni rastros de Juan. Decidió volver, inclusive se podría sorprender con la situación de que ya lo hayan encontrado y ya esté en el campamento. Nunca le gustó la idea de que no llevar celulares para no arruinar el clima de unión con la naturaleza y desconexión de la ajetreada vida de la ciudad, que desde la ubicación del campamento estaba a unos 30 kilómetros.
Ya había oscurecido, faltaba muy poco para llegar, cuando empezó a escuchar los gritos. Principalmente provenían de niños, pero también se escuchaban hombres y mujeres. Las voces y gritos eran muy lejanas, pero era claro que algo estaba mal. Un oso tal vez? Apretó el paso.
Pronto se encontró a si mismo corriendo. Sus glándulas secretaron adrenalina en respuesta a los estímulos que ya no lo alertaban, si no que lo perturbaban. Su presión arterial aumentó, su corazón que ya era un caballo desbocado y su respiración aumentaron más todavía, sus pupilas dilatadas dificultaban aún más la visiblidad en la oscuridad del bosque. Sentía que su cuerpo era una locomotora a toda potencia.
La imagen de lo que vio perforó su templanza y lo hizo romper en llanto. Todos sus músculos faciales se contrajeron transformando su cara. Todavía no lo habían detectado, se escondió detrás de un árbol caído. El quería ayudarlos, de verdad que si. Pero ya no había nadie a quien ayudar. La sangre había salpicado todos los objetos que rodeaban el fogón del campamento. Algunos de los chicos estaban tirados en el suelo, todavía pataleando y gritando, el resto se alimentaba violentamente de sus cuerpos maltrechos.
No pudo resitir, el vómito se abrió paso por su boca y salió entrecortando su agitada respiración. Lo escucharon.
Ernesto, que le faltaba toda la mejilla derecha y tenía multiples heridas, difíciles de identificar por la sangre que las cubría, levantó la cabeza. Miró en dirección a donde estaba Víctor que se agachó más, al punto de ya no poder ver. La tensión era irresistible. Necesitaba saber si se le estaban aproximando, si lo habían visto, o que demonios estaba pasando.
Levantó levemente la cabeza y asomó su arremolinado pelo y ojos llorosos. Ernesto lo vió. Se quedó mirándolo fijamente. Víctor pensó que podría hablar con él, explicarle que era su compañero que no había que atacarse. Esta idea no llegó a tomar forma en su cabeza cuando Ernestó empredió carrera hacia él. Los gritos salían de su boca arrastrando consigo sangre y pedazos de carne y venas.
Víctor intentó saltar hacia atrás, pero se rebasbaló con los restos de su vómito involuntario. La angustia fue abrumadora, se dió vuelta y comenzó a correr con todas su fuerzas. Las ramas que lo golpeaban y magullaban eran absolutamente ignoradas por su sistema nervioso. No necesitaba mirar para atrás, los gritos y golpes que producía Ernesto, o lo que quedaba de él, indicaban lo cerca que estaba. Corrió durante varios minutos, minutos que duraron horas. Ya lo había perdido, pensó que subirse a un árbol era su mejor estrategia. Allí podría recuperarse y hacer un reconocimiento del oscuro terreno.
No tenía ni la menor idea de su ubicación, del tiempo que había corrido, que estaba pasando y de lo difícil que era pensar en esas condiciones.
Que era lo que había visto? Como podía ser eso posible? Todos eran animales salvajes sin capacidad de razonamiento. Se preguntaba que podría haberles hecho esto. Pero lo que más atormentaba su mente eran los gritos de los chicos indefensos que seguían haciendo eco dentro de su cabeza.
Vio movimiento entre las plantas. Se agazapó sobre la rama en la que estaba apoyado, gotas de sudor frío recorrian su cien.
Primero se asomó una pierna, lentamente vio aparecer el brazo. Los movimientos eran lentos, pero firmes. Cuando lo pudo reconocer sintió un gran alivio. Era Juancito.
Llegó a llenar sus pulmones con aire para llamarlo por su nombre cuando en ese exacto momento una niña, que no tendría más de 8 años, se le abalanzó, directo a su cuello. Las mordidas eran desenfrenadas, parecía un animal rabioso. Pobre Juan casi no tuvo tiempo de gritar. Víctor tenía problemas para ver lo que pasaba, las lágrimas nublaban su vista dejándolo casi ciego.

continuará...

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