domingo, 5 de diciembre de 2010

La Casona de Von Veltheim

No importaba que sea una de esas carrozas nuevas con suspensión, los caminos de tierra siempre hacían el viaje movido e incómodo.
Las nubes como inmensas montañas arremolinadas ya cubrían el cielo amenazante. La débil luz del candelero iluminaba pobremente el camino. Los árboles desnudos, desprovistos de hojas y de apariencia de vida, cual guardianes custodiaban las fronteras laterales de la senda. Su lúgubre aspecto desalentaba cualquier intención de adentrarse en ese bosque sombrío.

Pronto deberían buscar refugio, pues la noche iba a ser muy dura, sobre todo para los animales.

- ¡Señor! - Dijo la voz del conductor. - ¡Veo una luz en la ladera, voy a dirigirme hacia allá en busca de hospedaje!

El señor Vladimir casi no pudo distinguir las palabras del fiel Dimitri, el viento arreciaba y ya estaba disparando gotas gordas contra todo lo que se interponía en su camino, ya sean caballos, la carroza o el rostro marcado de cicatrices que portaba Dimitri. La vida había sido bastante más dura con él que con Vladimir, o su esposa Astrid para el caso, pero desde que servía para el señor, las cosas iban mejor. De todas formas esa noche estaba preocupado. Sabía que esos caminos eran muy poco transitados y que él era el responsable de la seguridad de la carroza y sus pasajeros.

La casa era imponente. Dos torres redondeadas se levantaban a los lados terminando en larguísimos picos. Estaban unidas por una estructura de tres pisos de alto con techo a dos aguas, con pendiente hacia el frente y hacia la parte trasera. Dimitri se preguntaba cuan grande sería detrás. La puerta de roble macizo debería pesar cientos de kilos. Más que una casa es un castillo. Sólo que tenía tejas y paredes de cemento pintadas de blanco, aunque en muy malas condiciones. Pero definitivamente recordaba la imagen de un castillo. Probablemente un lindo día no tendría la apariencia de ocultar algo, como lo hacia esa noche.

Levantó la pesada aldaba de bronce y la acompañó hasta abajo haciendo sonar la puerta. No era posible golpearla con los nudillos y que se percibiera un mayor sonido del que se podría hacer golpeando un árbol. Menos esa noche de vientos y truenos furiosos.
Ya quería hacerla sonar otra vez, no es que sea impaciente, pero era muy probable que nadie lo haya escuchado. Se estaba conteniendo cuando escuchó el golpe de un cerrojo de pesado metal detrás. O eso creía haber escuchado.
La puerta se abrió lentamente. Solo una de las dos hojas que la conformaba.
La luz dejaba ver un señor muy avejentado, con un traje marrón, roído y gastado, pero que estaba perfectamente abrochado y planchado. Era una combinación de elegancia y desfachatez.

- Disculpe la molestia señor mío. - Estoy escoltando al honorable Vladimir Petrauskas y su esposa. Necesitamos un lugar donde pasar la noche. ¿Podría recibirnos? Será bien pago.

El anciano lo miraba con ojos cansados. Sus párpados inferiores dejaban ver su rojiza parte interna. Miles de pequeñas arterias recorrían sus ojos azules. Dimitri hizo un gesto con la cabeza como indicando que ya había concluido y que esperaba una respuesta. Pero el anciano seguía mirándolo inexpresivamente. Tal era el nivel de inexpresividad y pesadumbre de la cara del portero que Dimitri quería pegar un grito sólo para ver si reaccionaba o si su estado era imperturbable.

- Lleve el carruaje al granero. Daré aviso de su llegada. - Dijo luego de una eterna espera que ya había crispado al noble Dimitri.

Era menester soltar a los caballos que estaban agotados, pero no le gustaba nada la idea de dejar a Vladimir y su mujer en la entrada del castillo. Con la lentitud del portero podrían mojarse completamente esperando que les abran la puerta.
Una vez que el señor y la señora entraron dirigió el carruaje hacia el granero, donde se escondió bajo el techo como una liebre de pelaje marrón en su madriguera a la espera de mejores condiciones.

El anciano se presentó a sí mismo como Sixfrid.
Vladimir y Astrid hicieron lo propio. Fueron escoltados hacia los que serían sus aposentos esa noche. Dejaron en claro que Dimitri debería ser tratado con la misma consideración y se encargaron de recalcar que su atención sería bien paga, pero Sixfrid no contestó a ninguno de esos comentarios y continuó como si nadie hubiese hablado. De hecho, Sixfrid sólo habló para presentarse.
El anciano hizo una sutil reverencia que indicaba su silenciosa retirada.

- Discúlpeme. - Dijo Vladimir con su respetuoso y carismático tono. - Estaríamos halagados de conocer al propietario de esta hermosa residencia. Si fuera posible querríamos cenar con él y escuchar la historia de éste lugar que de seguro será muy interesante.
- Lo es. - Dijo Sixfrid mientras cerraba la puerta delante de sí.
- ¿Viste eso? ¡Se fue! Espero que haya comida de este siglo por lo menos. - Astrid sonrió y estiró los brazos. Valdimir se acercó la abrazó y la levantó mientras la besaba. Nunca habían perdido la pasión. Dimitri cada vez que los veía pensaba que era ayer que se acababan de enamorar. Era como si siempre estuvieran en esa primera etapa del amor donde les brillaban los ojos al hablar uno del otro, pero a su vez con la solidez de una pareja eterna.
- Espero que Dimitri reciba una buena recepción. Voy a asegurarme de que su habitación sea cómoda.
- Ya lo sé amor. Siempre lo haces.
- Y bueno, el guía nuestra carroza ¡debe dormir bien! - Dijo entre risas. Pero era verdad, todos debían descansar apropiadamente. Si bien Dimitri era su empleado más leal, también era su gran amigo. Vladimir le dio muchas oportunidades de independizarse o hacer otros trabajos. Pero el sentido del deber de Dimitri, que fue salvado de las frías y cortantes garras de la muerte por Vladimir, lo llevaban a guiarlo en todos sus viajes asegurando su integridad y la de su amada. Sentía que era su deber, ya que debía su vida al honorable Vladimir.

La mesa también de roble, y seguramente también tremendamente dura y pesada, estaba cercada por catorce sillas. Las que se encontraban en las cabeceras tenían apoyabrazos y detalles de finísima terminación. De hecho, todos los muebles eran antiquísimos y el paso del tiempo había sido despiadado con ellos, pero la excelencia en los materiales utilizados era algo que llamó la atención de Vladimir desde que entró en la residencia.

- El señor se unirá a ustedes en breves minutos. Pidió que por favor sean tan amables de excusar su demora.

Sixfrid no dio más explicaciones y se alejó. Por ahora no había novedades del buen Dimitri que la pareja esperaba también para cenar. La frialdad del portero dejó a Vladimir con las ganas de preguntar por su amigo, puesto que no pudo hacerlo.

El fuego de la chimenea ardía con gran intensidad, no se podía estar cerca, pero el salón era tan grande que de todas formas hacía frío. Además estaba mal iluminado. Se ve que la economía del propietario no se encuentra en su mejor momento - Pensó. - Probablemente esta casa haya sido heredada, pero ya no la puedan mantener.

Del otro lado de la habitación se escuchó abrir una puerta y un leve crujido. Casi imperceptible. Eran los pasos lentos pero firmes de un hombre mayor, pero con energía. Vladimir lo pudo confirmar por el apretón de manos que le dio.
El hombre se presentó cálidamente y con una cortesía digna de la realeza saludó a Astrid y los acompañó a la mesa. Antes de que Vladimir exprese su preocupación por su amigo, Von Veltheim, le dejó saber que su guía ya había recibido alimentos y se encontraba descansando en unos cómodos catres para el personal doméstico. Vladimir no estaba muy conforme con la respuesta, pero la amabilidad con la que se lo dijo lo dejó sin muchas posibilidades de comentar su inquietud. No quiso parecer descortés.

La comida no estuvo mal, pero se notaba que, si bien debería haber habido una época de abundancia, esa ya era historia pasada.
Vladimir estaba acostumbrado a grandes banquetes. De todas formas sabía apreciar un simple plato de arroz con la misma clase que un pato a la naranja.

No hubo señales de ningún otro personal de servidumbre. Era muy raro que la misma persona que abra la puerta sea la que los escolte a sus recámaras, los lleve al comedor y trajera la cena. ¿A lo mejor sería el único integrante del personal de la residencia? - Se preguntó Vladimir.

Ya estaban aseándose y preparándose para acostarse cuando se escucharon golpes. Era como si alguien golpeara con un artefacto de metal contra las paredes o el suelo. Eran golpes contundentes, espaciados por varios segundos. Astrid seguía hablando como si nada, pero Vladimir podía percibirlos con claridad. Levantó la mano con el índice hacia arriba e hizo un leve chistido. Su cara era seria. Astrid estaba por hacer un chiste haciéndose la que no se daba por aludida ante semejante falta de respeto, pero la cara de su esposo era determinante y supo que no era momento para bromear.
Los golpes seguían. Ahora que se permitió a sí misma escuchar, entendió que era lo que había llamado la atención de él. Las cejas fruncidas la pusieron nerviosa.

- ¿Qué es? - Preguntó ella entre intrigada y asustada.

No le contestó y giró levemente la cabeza, como intentando apuntar su oído en la dirección de donde parecían provenir los golpes. El problema era que cada vez que se escuchaban daba la impresión de que venía de las entrañas mismas de la casona.

- ¿Dónde estará Dimitri? - Preguntó a Astrid, sabiendo que ella no conocía la respuesta, pero dejando ver su descontento con la situación. - No me gusta esto de no haber sabido nada más de él. Y ese Sixfrid parece un alma en pena. Como si fuera tan antiguo como esta casa misma, y tuviera una maldición. - Poco sabía Vladimir de lo ciertas que eran sus palabras.

Sixfrid estaba maldito. Había entregado su alma a cambio de la vida de su hija, la cual siempre le recordaba a su madre, que murió al dar a luz. De poco sirvió, ya que ella, se entregaba a cualquier hombre que se le propusiera y poco tardó en quedar embarazada vaya uno a saber de quién. Lamentablemente ella y el niño, que sería su nieto, murieron por complicaciones de la naturaleza que para la época entrañaban misterios incomprensibles.
Los ojos de Sixfrid no transmitían un vacío, no eran inexpresivos como pensó Dimitri. Eran la viva, o en realidad casi muerta, representación de siglos de dolor y ancianidad acumuladas. Soledad. Sus ojos eran testigos de miles de atrocidades cometidas por la mano su amo Von Veltheim, o las manos que él dominaba. Junto con su maldición de una eternidad de servidumbre, además se incluía su incapacidad de dormir. Sixfrid no podía dormir, de esa forma, siempre estaría listo para servir a su amo. Su vida misma era una maldición. Lo que más lo atormentaba era que cuando su hija murió, entendió que Von Veltheim siempre supo que ella moriría, pero se aprovechó de la situación para conseguirse un sirviente. Su cuerpo estaba vivo, pero su corazón había muerto añares atrás.

Los golpes cesaron. Vladimir se preocupó más por eso. Si era Dimitri y dejó de golpear, a lo mejor es porque ya no puede. La situación no le gustaba nada. Tenía un gran sentido de la intuición y sabía que las cosas no estaban bien. La excesiva cortesía del dueño de casa lo había incomodado. Se sentía como un pato que estaba siendo engordado para llenar mejor la bandeja de plata que lo llevaría a la mesa de un palacio una noche de gran festín.

- Ahora vuelvo.
- ¡No! - Exclamó ella mientras él cerraba la puerta tras de sí.

Corrió hacia la puerta y su corazón casi se detuvo cuando la vio abrirse repentinamente.

- No salgas por nada. - Dijo él, y volvió a cerrar la puerta.

Se quedó de pie en ese mismo lugar durante unos instantes. Esperando que la puerta se abra y todo esté bien otra vez. O que por lo menos deje de estar sola.
Pero eso no sucedió. Se sentó en la cama mirando hacia la entrada del dormitorio esperando por la vuelta de Vladimir.

Los pasillos estaban oscuros. Los fuertes golpes ya no se escuchaban, pero podía escuchar un sonido que parecía el de cadenas pasando por una argolla de acero.
Bajó lentamente por la escalera, la baranda de madera pulida guiaba su mano nerviosa. La tensión recorría su cuerpo contracturando su espalda.
Llegó a la planta baja, los sonidos se seguían escuchando, cada vez estaba más seguro de que eran cadenas.
Entró en la inmensa cocina y supo que la puerta más fuerte era la que escondía la verdad de los sonidos que se habían escuchado esa noche. Huellas de zapatos mojados indicaban que no hacía mucho que alguien había entrado por ahí.
Destrabó los cerrojos y abrió la puerta. Las oxidadas bisagras dieron aviso de su presencia. La escalera era de piedra. Se veían algunas sombras movedizas producidas por antorchas encendidas. Con resignación y sabiendo que nada bueno iba a salir de ahí, comenzó el descenso. Miró hacia arriba en la dirección aproximada de a donde él pensaba que se encontraba el dormitorio que albergaba a Astrid, casi como sabiendo que ella también lo miraba y de cierta manera, como pidiéndole perdón por dejarla sola y hacer lo que él sabía que debía. Buscar a Dimitri.
Llegó al primer subsuelo. Los eslabones de las cadenas no cesaban de golpearse entre sí y contra el suelo.
Apoyando la mano en la pared de húmeda piedra asomó la cabeza hacia una cámara de donde provenían los sonidos.
Dimitri estaba completamente ensangrentado. Tenía cortes profundos por todo su cuerpo. Pero de todas formas seguía de pie. Tironeando de las cadenas buscando liberarse.
Vladimir lo miró y su alma se llenó de dolor. Probablemente mucho más del que sentía Dimitri. Nunca en su vida se iba a perdonar haber permitido que le hagan eso.

- Dimitri. - El nudo en su garganta no le permitía hablar. - ¿Que te hicieron?

Su amigo lo miró. Negó sutilmente con la cabeza.

- No pude avisarte. Sus ojos brillosos delataban sus sentimientos. - Te he fallado mi amigo. A ti y a ella.
- ¿De qué hablas? Yo soy el que te he fallado a ti. Mira el estado en el que estás. Tengo que sacarte de aquí.
- Corre. Vete ya. Ella está en peligro. No la dejes sola.

Vladimir se quedó mirándolo a los ojos. Sabía que romper esas cadenas iba a ser muy difícil.
- Ella está bien, la dejé en su habitación y le dije que no saliera por nada. ¿Quien te hizo estos cortes? - Preguntó inundado de ira.
- No son cortes. Son marcas de garras y mordidas. Tienes que irte ahora mismo.

Las fuerzas lo estaban dejando, la sangre seguía brotando de sus heridas que no parecían coagular.

Se escuchó un gruñido grave y profundo. La cara de Dimitri que veía lo que pasaba detrás de él no le dejaron dudas de que algo amenazante estaba casi encima suyo.
Lentamente giró la cabeza y antes de terminar de entender que era la silueta negra, enorme, peluda y nauseabunda que se erguía dos metros en la entrada de la cámara donde se encontraba, vio pasar a Dimitri sosteniendo un adoquín de pierda que había conseguido extraer del suelo. Golpeó a la bestia en la cabeza y se escuchó un aullido que llenó todas las habitaciones de la casa.

- Corre. ¡Sálvala! Sólo importa ella.

Vladimir siempre supo que Dimitri también estaba enamorado de ella, pero nunca dijo nada. Astrid era una mujer encantadora y era muy difícil no caer rendido ante ella.
No se podía mover, el miedo y la sorpresa le arrancaron el aliento y la voluntad. Estaba petrificado.
La sangre de su amigo salpicó su rostro. La bestia le acertaba zarpazos que arrancaban su carne. Vladimir no podía reaccionar.

- ¿Qué haces?... ¡Vete! - Alcanzó a decir con sus últimas fuerzas. Ya no temía por su vida. La angustia no era morir. Era ver a su amigo inmóvil. No le importaba morir por él, pero no se permitiría morir en vano.

El animal arrojó el cuerpo magullado contra la pared y dirigió su hocico en sentido hacia Vladimir. Se quedó mirándolo fijamente. Gruñía entre dientes. Sólo interrumpía sus sonidos para relamerse la sangre.

Vladimir retrocedió y la bestia comenzó una lenta aproximación.

Dimitri no lo iba a dejar morir, alguien tenía que salvarla a ella. Se levantó, casi fuera de sí, con los ojos perdidos. Lo atacó por detrás y pasó la cadena por sobre la cabeza de la bestia.
Le puso un pie en la espalda y tiró de las cadenas con las fuerzas que le quedaban buscando ahorcarlo. Soltó un grito de dolor y muerte.

- Correeeeeeeeeeeeeeeeee!!!

La bestia tomó la cadena con sus garras y giró enfrentando a Dimitri. Le propinó un zarpazo tremendo que terminó arrancándole la cabeza. Su cuerpo inerte cayó de rodillas y luego hacia un costado.
Vladimir ya había vuelto en sí. El horror apretó su garganta.
Corrió. Corrió tan rápido como pudo. Detrás de él venía el asesino de su amigo.
Los escalones pasaban y la puerta al final de la escalera se le acercaba. La golpeó con el hombro y entró en la cocina a toda velocidad. No quería mirar para atrás. No hacía falta, los sonidos que emitía le bestia al golpear con todo lo que se encontraba a su paso, su respiración y gruñidos daban señal de su tenacidad en la persecución.
Cerró la puerta de la cocina y sintió como la bestia se golpeaba con ella. Volteó y vio como la puerta se había partido y estaba cediendo. Eso sólo lo detendría unos minutos, o menos.

Astrid no se movió ni un centímetro cuando él entró violentamente en la habitación. La tomó de la mano y tiró fuertemente de su brazo. Ella seguía sin reaccionar.
Llegó hasta la ventana, la abrió y la hizo pasar a ella primero. Quedaron los dos sentados en el tejado bajo una pesada lluvia que los golpeaba insensiblemente.
Vladimir la tomó de los hombros y le dijo que pase lo que pase, no mire hacia atrás, que deberían correr.
Ella parecía no entender lo que pasaba, era como si estuviera bajo el efecto de alguna droga.

- Von Veltheim vino a visitarme a la alcoba mientras no estabas.
- ¿Pero qué dices?
- La puerta se abrió y él entró. Sus pies no se movían, sólo avanzaba como flotando sobre el suelo. No pude hacer nada para evitarlo. Cuanto lo siento mi amor. Perdóname. Mi cuerpo no respondía. Yo quería gritar y escaparme, pero no pude hacer nada. El me tomó. Dijo que voy a ser la madre de su hijo. Que moriré cuando nazca. Que era mi destino. Luego se fue.

Vladimir había estaba fuera sólo unos minutos, no era posible que haya sucedido todo eso en tan poco tiempo. Ella estaba perfectamente vestida como cuando la dejó.

- ¿Qué estás diciendo? ¡No sabes lo que dices! Eso no puede haber sucedido. Estuve fuera poco tiempo.

Ella lo miró y torciendo levemente la cabeza apretó los labios y levanto sus hombros. Tampoco entendía, pero él supo que de algún modo era verdad. O que por lo menos ella estaba segura de sus palabras. Había sido invadida por Von Veltheim y su marca la iba a acompañar por siempre.

Se deslizaron por el tejado hasta el borde, bajaron por el caño de desagote que se apoyaba en la pared hasta el suelo. Corrieron hasta el granero. Ella entró primero y él miró la casa antes de entrar. Un rayo que tronó violentamente en ese mismo momento le mostró a la bestia saliendo por la ventana del que había sido su dormitorio. En poco tiempo les daría alcance.

Los caballos estaban exaltadísimos. Fue muy difícil montarse sobre ellos en esas condiciones, y más sin montura alguna. Ambos salieron a galope tendido. La bestia los seguía dando unas zancadas tremendas.
Los fuertes caballos, a pesar del trajín del día, les permitieron escapar con vida. El bosque los devoró.
Vladimir abrió los ojos de golpe. El cielo ya estaba aclarando. Ella estaba recostada sobre él. Completamente pálida. Sus labios estaban azules.
No había señal de los caballos.
La cargó en su hombro y comenzó a caminar.
La casona ya no estaba lejos. Llegó hasta la puerta. La hizo sonar.
Sixfrid la abrió.

- Quiero verlo ahora.

Lo dejó pasar y lo guió al salón de lectura donde se encontraba Von Veltheim.
Luego se retiró sigilosamente dejándolos solos.
Vladimir descargó a su esposa sobre un diván.

- ¿Qué quieres a cambio de su vida?
- Siéntate y charlemos. Seguro llegaremos a un acuerdo.


2 comentarios:

  1. PUCHA es excelente...estas estableciendo estandares muy altos don viegues..mira que with great power comes great responsibility...

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  2. Interesante relato, Don Viegues. Ideal para la cura de la faringoamigdalitis.

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