jueves, 23 de diciembre de 2010

Un día de camping - 4ta parte


Sally no quería ver. El miedo y el dolor, mezclados con la tranquilidad de ser rescatada se fundian en su mente confundiendo todas sus emociones.

El helicóptero siguió su camino, indolente al sufrimiento y muerte que vestía el paisaje con un velo que crisparía a la parca misma.
La base se encontraba a pocos kilómetros. Era un asentamiento militar que todavía resistía las hordas que día y noche intentaban alcanzar los cuerpos hidratados de los residentes.

El sonido del motor del helicóptero, como un ronroneo de león, comenzó a cambiar la onda acústica que generaba. Dejó de ser un sonido constante para convertise en un sonido que trastabillaba. El motor no presentaba ninguna falla en sí, pero hacía lo que podía con una significativa falta del vital combustible.
El piloto sabía que ese desvío para rescatarlos lo alejaba más de la posibilidad de poder volver antes de que el preciado líquido que saciaba la inagotable sed de la turbina se consumiera.

La nave empezó a perder altura, abajo los esperaba un turba embravecida que seguía, con ojos grises, el recorrido que dibujaban en el cielo despejado.
Solo faltaba un kilómetro y medio aproximadamente para su destino, si conseguía encontrar un claro en el terreno todavía tenían una oportunidad.
Los dos ocupantes eran el piloto y Marcos, un rescatista tan tenaz como inexperimentado. Sólo contaban con un maletín con 5 vengalas como arma y su adrenalina.

Sally todavía colgaba, era menester subirla o podría ser arrastrada por el irregular terreno cuando el helicóptero haga contacto con la madre tierra.
Marcos, haciendo un gran esfuerzo y resistiendo el dolor que la soga impartía en sus dedos consiguió subirla solo unos segundos antes del contacto.
Las aspas que todavía giraban con su rostro al viento, inmutables y ajenas al infierno que su falta de velocidad estaba generando, se estrellaron violentamente contra los árboles, piedras y animales que se interpusieron en su camino. Los sonidos de vidrios explotando, metal chirriando y golpes de dentro y fuera del aparto se escucharon en toda la zona, pronto tendrían compañía.

El piloto que tan diestramente pudo llegar a una zona medianamente despejada permitiendo que Marcos y Sally sobrevivan, no estaba por ningún lado. No había rastros de su cuerpo ni respondía a los tenues llamados de Marcos que no quería confesar su posición a cualquier cosa que lo pudiera oír. Se aseguró de que ella no estuviera herida de gravedad y le pidió que espere unos segundos, iba a alejarse unos metros para buscar a su compañero.

Volvió sin éxito en su misión. Sally se tapaba la boca con las dos manos, quería llorar a gritos y quitarse la soga de horror que estrangulaba su cuello. Sus ojos perdidos permitían leer el estado de su mente perturbada.

- Tranquila. Estamos muy cerca. Vamos a lograrlo.

Ella levantó su rostro lentamente. Sus pálidos labios temblaban, sus cejas caídas a los lados enternecieron a Marcos. Ella estiró lentamente su mano y señaló hacia el helicóptero, o lo que sería la parte de mayor tamaño. Más precisamente, al cuerpo mal trecho y ensangretado que asomaba por debajo de la estructura metálica, eran los restos del piloto. Rompió en llanto. Él la abrazó e intentó calmar con palabras alentadoras al oído. Pero ella no podía escuchar más que sus propios gritos de agonía.
Mientras la abrazaba, por sobre el hombro derecho de ella, percibió movimiento entre los árboles. Sólo segundos los separaban de una comitiva de recepción tan fría como acalorada.

Emprendieron la carrera, pero Sally encontraba cada vez mayores complicaciones para respirar. Una fiebre abrasadora hacía hervir su cabeza. Pronto comenzó a sentir un dolor punzante que subía desde su tobillo. Su tobillo que no había salido ileso de las garras de aquellos demonios que no la dejaban ir, y de los cuales Víctor la había rescatado dando su vida en ello.
Espamos y movimientos erráticos e involuntarios comenzaron a dificultar su equilibrio.
Pronto supieron que era cuestión de tiempo para que suceda lo inevitable, pero ninguno de los dos dijo nada. Ella no quería aceptarlo, él no quería herirla más todavía. La cargó en su hombro y siguió a firme paso veloz en dirección al asentamiento.
Su huellas doblemente profundas eran testigo del peso y tensión que estaba soportando su humanidad.
Él había presenciado el acto heróico que Víctor, un completo desconocido para él. Si esa era su forma de morir, lo haría con el mismo orgullo y determinación. No caería sin dar pelea.

Solo faltaban algunos cientos de metros cuando sintió que toda la tensión del cuerpo de Sally se relajaba y que colgaba libremente sobre su hombro.
Se detuvo y la recostó en el suelo para intentar comprobar sus signos vitales. Su agitada respiración le dificultaba la tarea. Sostenía el dedo índice y mayor sobre la yugular de la jóven procurando conocer su ritmo cardíaco.
Los ojos de ella se abrieron repentinamente. El gris de sus globos oculares congelaron su alma. Dio un salto hacía atrás. Sally, o su cuerpo, o lo que sea que eso era, intentaba darle alcance estirando las manos como garras y dando mordiscos al aire.

Marcos comenzó a correr a su máxima velocidad. No quería mirar para atrás. Ya le estaban dando alcance muchos otros más. No podía perder ni un segundo. Sus pulmones no daban a basto y su bazo punzaba en sus entrañas. El viento limpiaba las lágrimas que emanaban de sus ojos que habían visto el espanto de un mundo convertido en el averno, pero poblado no por los espíritus de los muertos, si no por sus cuerpos.
Sus piernas se movían ágiles por el irregular terreno conformado por arbustos, algunas piedras expuestas y espaciados árboles.

Faltaban menos de cien metros, sin menguar su estrepitosa velocidad, intentaba distinguir si el portón de la entrada principal estaba entreabierto como parecía. En cuestión de segundos estaría ahí.

- Abran! Abran! Abrannnnnn!

Sus gritos fueron escuchados y la puerta entreabierta se abrió un poco más. Un soldado muerto asomó su cabeza. El asentamiento había sido tomado. Sus gritos atrajeron a muchos más que comenzaron a salir por el portón.
Al frente de él, un asentamiento abatido. Detrás de él un estampida de muerte. A su derecha ya se encontraba la pared del recinto. Siguió corriendo, mantuvo la velocidad, inclinó su cuerpo levemente hacia la izquierda para comenzar a girar sin perder impulso.
A pocos metros se encontraba un vehículo militar, era su mejor opción.

En la velocidad del ascenso golpeó su rodilla con el volante, pero no podía hacer un chequeo, en muy pocos segundos se definiría su futuro inmediato. Las llaves estaban puestas. El hummer encendió y las ruedas giraron desesperadamente disparando piedras que derribaron a algunos de sus perseguidores.
El espejo retrovisor le mostró como todo iba quedando detrás y al frente solo había una cinta interminable de asfalto. Su aventura recién comenzaba.

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