miércoles, 18 de mayo de 2011

Conan

Capítulo 1 - La pérdida

Sus ojos tardaron poco tiempo en adaptarse a la oscuridad de la cueva. De todas formas se estaba guiando por el resoplido de la respiración de la bestia.
No se le iba a volver a escapar. Este troll le había arrebatado a su compañera, de sus propias manos. De esas manos que no la supieron proteger cuando ella lo necesitaba. Se la arrancaron y un buitre gigante se la llevó colgando de un tobillo en dirección a la puesta del sol.
Ese engendro proveniente de las entrañas mismas de la tierra se lo pagaría muy caro.

Pero debía haberlo sabido. Esa cueva era una trampa. El olor nauseabundo lo confundía, pero el sonido que escuchó detrás suyo no le dejó dudas de que había sido rodeado.
Giró blandiendo su sólida y cansada espada, pero el troll lo tomó del brazo y presionó con una fuerza tremenda.
Inclusive Conan con su titánico poder, estaba siendo dominado.

Tendría pocos segundos antes de que llegue su otro enemigo y que la situación se torne más complicada aún.
Su mano izquierda rápidamente alcanzó su daga y le asestó una estocada directa en el cuello. Estas monstruosidades no caían fácilmente, así que debería seguir hiriéndola. El tiempo apremiaba.
Su brazo se levantaba y bajaba con una potencia aterradora. Pero los ojos de la bestia seguían transmitiendo la misma agresividad primitiva que los gobernaba.

Consiguió liberarse, la daga había cercenado el pectoral de la bestia al punto de hacerlo perder el control de ese brazo. Levantó la espada por sobre su cabeza con ambas manos para propinarle el golpe final, pero sus brazos nunca bajaron. Le había dado alcance el otro troll. Esta vez con mayor ventaja táctica, ya que se encontraba detrás de él.
Lo tomó del cuello y de un brazo. La constricción era intolerable. Gotas de sudor frío cubrieron de rocío su frente. La espada cayó al suelo de roca resonando en toda la cueva.
Luchó frenéticamente por liberarse, no podría resistir mucho tiempo en esa posición. Sólo conseguía agotarse más. La bestia lo hizo girar y levantó hasta ponerlo cara a cara. El aire le entraba y salía fuertemente de las fosas nasales. Decenas de marcas y cicatrices adornaban su carne. Algunas de poco días de antigüedad.
Emitía olor a muerte.

Como si no estuviera a punto de ser aplastado preguntó, apenas pudiendo expresar sus palabras entre dientes:

- ¿Dónde está ella?

El troll parecía sonrir. Disfrutar. Su respuesta fue...

- Saurus. - Estiró la s final pronunciando, casi como un susurro, el nombre del mago negro.
- Ese maldito. - Pensó. - ¿Para qué podrá quererla? Probablemente me quiera a mí. Tendrá de mí y de mi acero también.

Levantó las piernas, y como si caminara sobre el cuerpo del troll, llegó hasta lo más alto y le propinó una patada directamente en la garganta, su enemigo la resistió y la siguiente también, pero la tercera lo obligó a soltarlo dejándolo caer al suelo sobre su espalda.
Sin perder ni un instante, tomó su acero y comenzó un violento ataque a espadazos limpios. En pocos segundos el troll desparramaba la sangre que brotaba a de sus profundas heridas.

Salió de la cueva, otra vez sus ojos debían acomodarse, pero este cimerio no sobrevivió hasta hoy por quedarse esperando.
Su caballo lo esperaba no muy lejos de allí. Emprendió su carrera hacia la fortaleza del mago negro, Saurus.


Capitulo 2 - La búsqueda

El camino era largo, más razón para no perder tiempo. Descansaría cuando lo haga el sol.
No había senda, nadie se acercaba a esa zona, por lo menos nadie que apreciase su vida. Pero él no era nadie. Era el guerrero más temido la tierra media y su nombre se escuchaba en las historias de cantinas y niños.
Zenobia lo esperaba, probablemente siendo atormentada por ese maldito. Pero ella es fuerte.
El camino se estrechaba y la vegetación aumentaba, la húmeda ladera de la montaña ya lo había recibido.
Escuchó voces. Su caballo lo delataría. Lo ató a una rama y bajó por el costado izquierdo. Se perdió en la oscuridad de la selva. Llegó hasta donde estaban la voces, pero no había nadie. Su oído no fallaba, desde esa dirección venían las voces, pero nadie clamaba su autoría.
Pronto comprendió que había un pozo tapado por unas hojas y que alguien había caído en la trampa. Si el cazador estaba cerca, poco tardaría en llegar y esas tierras no eran habitadas por gente muy hospitalaria. No dejarían pasar la tierna carne de la pareja que ocupaba el pozo.

- ¿Y porque debería sacarlos? - Les preguntó luego de una breve conversación.
- Seremos tus guías. - Conan rió enseñando sus manchados dientes.
- ¿Qué clases de guías serían si cayeron en una trampa para niños? - Dijo con tono burlón.
- Conocemos muy bien el otro lado de la montaña, y apuesto a que ese es tu camino.
- Mi destino es la forteleza de Saurus. - La cara de ambos perdió su chispa.

La pareja cruzó susurros y luego de una pequeña discusión intercambiaron su libertad por el trabajo de guías.

Tenía razón. Sabía que no era buena idea. Ir acompañado de principiantes trae mala suerte, pero algo en su interior le dijo que acepte la oferta. Crom tal vez.

No fue complicado para él sacarlos. Parecían una pareja común de aldeanos. Pero de seguro no lo eran.

- ¿A dónde vas? ¡Es para el otro lado!
- A buscar mi caballo.

Conan volvió montando su equino.

- ¿Me montaré detrás?
- Tu irás andando.

La cara de asombro de la mujer, jóven mujer, hizo sonreír al duro guerrero que por un momento bajó la guardia.

- Caminen delante. - Indicó con tono de poca paciencia. Había recobrado la cordura.

El cruce de la montaña no les trabajo mayores inconvenientes. Sólo el lamentable hecho de tener que haberse despedido de su compañero que debido a sus limitaciones físicas, no podía trepar. Conan tampoco era un gran trepador, pero se las pudo arreglar mejor que su caballo. La pareja que lo guiaba, por otro lado, trepó las rocas con gran soltura.

El camino se abría en dos.

- Es por aquí.
- Pues yo creo que es por el otro lado. - Dijo Conan odiando la duda que lo regía. Pero a su vez, con la certeza de que la pareja elegía el camino que ellos querían. Un camino que podrían surcar con la seguridad que les brindaba un guerrero cimerio de su lado.

Fue en ese momento cuando escuchó el silvido de un dardo, sólo unos segundos los separaban de una parálisis producida por el veneno que endulzaba la punta de esos dardos. La tribu lugareña les daría una cálida bienvenida, sobre su hoguera.
Lamentablemente la ruta de escape era el camino elegido por sus guías, no hubo tiempo que perder y corrieron en esa dirección.

Conan ya sabía de las intenciones de estos dos. El sol no se ponía en esa dirección y el sabía que el buitre que se llevó a Zenobia iba a volar en línea recta.
Llegaron a un acantilado cruzado por un puente en pésimas condiciones.

- ¿Cúando no? - Preguntó el jóven al ver el estado del puente. - Nunca están en buenas condiciones.

Conan no emitía sonido. Analizaba cada tablón, cada ligadura, cada soga. Su pesado cuerpo sería una carga complicada para ese puente.
Lo peor de todo, ¿confiaba lo suficiente en la pareja como permitir que ellos estén al pie del puente mientras él se encontraba en el medio? - Pensó rápido.

Miró a Casiana y le ordenó que cruce primero. Él cruzaría segundo y por último el muchacho. Si cortaban el puente mientras él cruzaba, por lo menos quedarían separados.

La jóven cruzó apresurada e inexpertamente. O eso parecía. Conan ya dudaba de la torpeza de ambos. Pensándolo bien, ella cruzó con cierta destreza.

Ni bien Conan terminó de cruzar, un grupo de pigmeos se abalanzó sobre el jóven que todavía esperaba su turno, pero éste los había escuchado antes. No había dudas de que no eran unos aldeanos cualquiera.
Conan abrió sus enormes ojos y empuñó su espada, se preparó a cruzar rápidamente cuando un lanza lo hizo girar sobre su costado para luego herir el brazo de Casiana.

Ya era tarde para el joven. Seguía en pie con dos lanzas clavadas, incluso consiguió arrojar a dos de sus enemigos al vacío y apuñalar a tres. Pero eran muchos.
Conan cortó el puente. Algunos pigmeos que ya intentaban cruzar cayeron junto con las tablas. Casiana derraba lágrimas y su labios temblaban, pero no rompió en llanto.

- Lo siento. - Dijo Conan. - Ella no contestó

Todo fue muy rápido. Se preguntaba como no supo que lo estaban siguiendo. Entendió que los pigmeos esperaron a que uno quede solo esperando para cruzar, a que estén separados. Había caído en la trampa igual que un novato. Debía alejar su mente de lo que le pueda estar pasando a Zenobia, y concentrarse en su situación.

Siguieron caminando varios días. Callados.


Capítulo 3 - El altar de los sacrificios

Llegaron a un pequeño monumento. Era como un altar de sacrificios. Claramente no había sido utilizada en mucho tiempo, las plantas habían comenzado a crecer.
Casiana conocía perfectamente el lugar, fue directo a una roca con un agujero. Insertó una daga tallada a mano y la roca se abrió. Ella entró sin emitir sonido alguno.

Conan no se sorprendió tampoco, ahora todo tenía sentido.

Era un antiguo altar de sacrificios con la particularidad de que debajo escondía enormes cantidades de piezas de oro que los antiguos habitantes usaban para crear adornos y objetos que se ofrecían junto al sacrificio. La pareja estaba detrás de ese oro.

- ¿A esto venían tú y tu novio? ¿Te parece que ha valido la pena? Seré un asesino despiadado para tí, pero no arriesgo mi vida ni la de mi amada por un poco de oro.
- Era mi hermano. Dijo que era mi pareja para que no intentes nada conmigo.
- Si quisiera hacerte mía, ni él ni nadie podría evitarlo.

También confesó ser aquilonia. Ella estaba más lejos de casa que él. No quería seguir con el misterio.

- No entiendo. - Dijo Conan. - Llegaste hasta aquí y has tomado solo una pieza del oro. - Era como un medallón con unas pequeñas puntas y un rubí en el centro. Ella se lo colgó.
- Es simbólico. Seguí hasta aquí para que todo el camino no haya sido en vano. Para haberlo conseguido. Era una aventura de hermanos. El oro sin él, no vale para mi.
- Hablas como si fuera algo más íntimo que tu hermano. - Dijo Conan asegurándose de que no sean pareja.
- Pues lo era.

Emprendieron el camino

- ¿Y qué es lo que vale tanto más que el oro para tí que vamos camino a nuestra muerte segura en la casa de Saurus? - Dijo ella varias horas después como si solo hubieran pasado unos segundos.
- Tú más que nadie deberías saberlo.
- Solo buscaba conversación.
- Entonces no preguntes estupideces por favor.
- Bueno, has dicho “por favor”. Es la primera vez que te lo escucho decir.
- Es casi la primera vez que me escuchas hablar. Ahora guarda silencio si no quieres terminar como tu hermano. - Ella le echó una mirada de furia. Pero sabía que Conan tenía razón.

Ya se les había acabo la comida y llevaban más de un día sin comer y casi sin beber. Pero ella no se quejaba y le seguía el paso. Debían volver a cazar algo pronto.
Crom viendo la necesidad de ambos, les regaló una liebre distraída que comía a la orilla de un muy angosto arroyo. El cimerio solo necesitó unos segundos para apuntar y atravesar al mamífero al medio de un flechazo.

Esa noche cenaron liebre. Pero cruda. Hacer un fuego era muy riesgoso. Casiana no lo entendió. Todavía le quedaba mucho por aprender.
Ya estaban muy cerca, pidió máximo silencio y atención. No quería ser descubierto.


Capítulo 4 - La fortaleza

Recordó al jóven diciendo “¿Cúando no?” al ver que la fortaleza estaba rodeada por una laguna oscura, infestada de reptiles hambriento, cocodrilos, serpientes y toda clase de animales rastreros.
Pero eso no lo sorprendió tanto como encontrar un pequeño bote a remo. Algo estaba mal, algo estaba muy mal.

Esperaron al anochecer.

Ella se negó a quedarse y ambos abordaron la pequeña embarcación. Sigilosamente se aproximaron a lo que parecía ser una gruta al ras del agua. La oscuridad los abrazó.
Casiana metió la mano en su bolso y sacó una pequeña piedra. La aproximó a su boca y susurró unas palabras incomprensibles para Conan. La pequeña piedra comenzó a emitir un destello de luz que hizo abrir los ojos del cimerio

- Crom... - Dijo invocando el nombre de su dios.

Ella lo miró de reojo y sonrió.

- Magia. - Contestó.
- ¡Eres una maldita bruja! - Exclamó sin elevar la voz.
- Todavía no, pero lo seré. Pero tranquilo, no seré una bruja negra.

Conan detestaba la idea de estar acompañado de una bruja. Había tenido malas experiencias. Pero, otra vez aconsejado por Crom, no la degolló inmediatamente como hubiera hecho.

Llegaron hasta una abertura tallada en la roca. Esa debería ser la entrada.

- Entiendes que si llegamos hasta aquí es porque Saurus nos está dejando pasar. ¿Verdad?
- ¡No! - Dijo ella. - Hemos sido nosotros que hemos hecho todo a la perfección.

La miró con cara de desaprobación. Ella apretó los labios y asintió.

- Saben que los esperamos. - Dijo Saurus golpeando el espejo de agua, de un recipiente en el centro del salón, que le mostraba al cimerio entrando en su fortaleza.

Zenobia se retiró

- No aparezcas. - Dijo el mago.

Saurus se instaló en su trono y a los pocos minutos fue encontrado por Conan y Casiana.

- ¡Aquí estoy! - Rugió Conan enfurecido. Casiana retrocedió. La bravura de su compañero la atemorizó más que Saurus mismo.
- ¿Porqué te demoraste tanto? - Preguntó el mago amablemente. - Ya pensé que no vendrías.
- ¿Dónde está ella? Te cortaré la cabeza bastardo.
- Todo a su debido momento. Para que te encuentres con ella primero deberás hacer algo para mí.
- ¿Crees que seré tu sirviente? Antes muerto.
- Tu puedes conseguir algo que yo quiero. Mis trolls son muy estúpidos, dijo señalando una pila de baratijas, evidentemente traída por los trolls. - Verás, estoy buscando algo muy especial. Es una medallón. En el centro tiene un rubí. Es muy importante para mí. Traémelo y tendrás a tu amada.

Casiana se tomó el pecho. Intentó ocultar su medallón, pero era tarde.
El mago explotó en carcajadas.

- Ya lo habéis traído. - Su satánica risa inundaba el salón. - Nunca nadie me ha complacido tan eficientemente. Bueno, si no tenemos en cuenta a tu querida Zenobia.

La cara de sorpresa de Conan, mezclada con la ira y el dolor enseñó su malestar, al ver a Zenobia caminar hacia el mago.

- Lo siento. Prefiero gobernar a la derecha de un mago y no morir junto a un cimerio.
- Yo nunca te hubiera dejado morir.
- Dejaste que me secuestre un buitre... - Dijo contradiciendo su aseveración.
- No. - Dijo Conan. - Tú caminaste hacia él mientras yo aniquilaba a los malditos trolls que Saurus había enviado sobre nosotros. Siempre estuviste de acuerdo con él. Ahora lo comprendo.
- No eras tan estúpido...

Saurus interrumpió la disputa

- Como eres muy cabeza dura, no entregarás fácilmente lo que me pertenece. Así que iré por ello.

Tras decir estas palabras su piel comenzó a oscurecerse, se formaron escamas donde antes había carne. Sus ropas se arrancaron a jirones. Su tamaño aumentó. Un par de alas se abrieron paso en su espalda. Una cola aguijonada se extendió detrás de él. Su apariencia de dragón fue confirmada al escupir fuego.
Conan desenvainó.

- ¡Siéntate! - Le gritó. - Pero el dragón solo escupía más fuego y avanzaba.

Casiana sintió como su medallón se hacía más pesado. Se calentaba. Apenas alcanzó a quitárselo antes de que se convierta en un imponente escudo.

- ¡Conan! - Gritó ella. - Esto es para tí.

Todavía no entendía donde podía ella haber encontrado semejante escudo, pero no tardó en tomarlo y protegerse detrás de él.

El fuego castigaba el duro metal. Era tal el caudal de fuego que alcanzó a quemar su brazo y costado derecho. El escudo aumentó su tamaño. Le presión lo empujaba hacia atrás, ya sobre su rodilla izquierda, agazapado tras su protección, detuvo su retroceso.

Una explosión cimieria de energía asesina corrió dentro de sí, empujó el escudo, el calor era abrasador, llegó hasta la bestia y por debajo del escudo dio un espadazo preciso que cortó una pata del dragón.
El rugido que largó interrumpió la llamarada y el perder el punto de apoyo que le brindaba la perdida extremidad lo hizo caer sobre Conan. La presión fue bestial, sintó como crujia su rodilla y el dolor le retorcía la cara.

- ¡Por Crom! - Exaló pronunciando el nombre su dios una vez más.

Perdió su espada. La bestia lo arrastraba derramando su propia sangre roja como la lava sobre él. Alcanzó su tan preciada daga y la usó para treparse sobre la bestia, ninguna de las laceraciones parecía detener el poder arrasador del dragón.
Zenobia contemplaba petrificada.

Fue cuando esta a punto de caer de la espalda del reptil alado cuando le perforó el ojo derecho.
Conan cayó. El dragón sacudió la cabeza intentando desprenderse de la daga que lo cegaba y dio un salto hacia atrás ayudado por su alas, su tremenda masa fue mucho para el cuerpo de Zenobia que fue aplastada y encontró la muerte instantáneamente.
Conan se arrastró hasta su espada, consiguió pararse y al girar sobre si, pero lo encontró una mandíbula perfectamente armada con filosos dientes y colmillos que se enterraron en su brazo izquierdo hasta llegar al hueso.
Quemado, con el brazo mutilado, la rodilla dislocada y pocas fuerzas restantes, hundió su acero en el punto más débil de su adversario, la garganta, la potencia brutal con la que lo hizo le permitió empujar su espada hasta que la punta saliera por el otro lado.
El asqueroso reptil, convulsionando, cayó al suelo. Lentamente comenzó una metamorfosis que lo llevó otra vez su forma humana.
Conan todavía enardecido tomó su espada, la arrancó del cuello mal trecho y terminó de degollarlo. Como prometió.
Luego, cayó sobre su costado.

La sangre de la bestia todavía lo cubría cuando la fortaleza comenzó a temblar. Grandes pedazos de mármol caían del techo. La ahora inexistente magia del mago ya no podía sostenerla en pie.

Casiana gritaba su nombre.

- ¡Conan! ¡Vamos nos de aquí! ¡Este lugar se derruba!

Con el mismo tono mandón de siempre le dijo que se fuera sola, que él ya había llegado al final de su camino. La sangre seguía brotando de sus heridas y poca ya le quedaba. Su color se asemejaba al del mármol sobre el que yacía más que al de Casiana.

Conan la dejó.

Poco tiempo quedaba antes de que el recinto se reduzca a escombros.
El escudo que otra vez tomaba la forma de un medallón se le acomodó en el pecho colgando de su cuello.
Corrió y alcanzó el bote, susurró sus palabras y la piedra otra vez iluminó toda la gruta con su fulgor.

Una vez en la orilla ella se acomodó las ropas, respiró hondo y siguió su camino. Todavía quedaba mucho por venir.

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