lunes, 28 de febrero de 2011

Matar el tiempo

Matar el tiempo es como hacer una torta tremenda y tirarla al barro. No, me quedé corto. Digamos que es como trabajar un mes, cobrar el sueldo y gastárselo todo de una en tickets de una lotería que el premio mayor no supera tu sueldo. No, me quedé corto otra vez.
Ya se que pasa, estoy queriendo buscar una comparación para algo que es incomparable.


Matar el tiempo es tirar o desperdiciar algo valiosísimo que no hay posibilidad de recuperar. Sólo se puede hacer un mejor uso del que nos queda, pero nunca recuperarse. Sí sí, ya sé que no es un ninguna verdad revelada para vos, pero yo soy más lentito y no me llega mucha agua al tanque.

Matar el tiempo es como matar a la gallina de los huevos de oro. Cuánto más productivos seríamos si aprovecháramos el tiempo en vez de matarlo. En el bondi o en el tren, leer o estudiar en vez de mirar todos los días por la misma ventana.
Haciendo zapping donde lo único bueno de tener muchos canales no es el contenido, si no que la vuelta del zapping es más larga. (El zapping es el monumento a la quedadéz)

Iba a poner muchos más ejemplos de cosas productivas que se pueden hacer en vez de, hasta me cuesta decirlo, matar el tiempo. Pero me acabo de dar cuenta que ninguna de esas era tomarse un poco de tiempo para uno mismo.
Todas eran referentes a hacer cosas con cosas, desde libros hasta escobas, todas cosas “externas”.

¿Y si al final el otro extremo es (no tomar literal) aunque suene un poco agresivo, matarnos en poco tiempo?
Ya del otro lado, donde aparecen los workaholics, las adicciones a internet y sus redes sociales o la búsqueda acelerada de algo para hacer tan conectada con “la cultura de la inmediatez” que nos culturiza hoy, donde siempre se está haciendo algo, etc

No es lo mismo estar sentado mirando por la ventana del colectivo mientras charlás con vos mismo que matando el tiempo. Sólo que desde afuera puede que sea difícil notar la diferencia.


El Gato

Resulta que iba un señor en su auto por un camino de tierra, cuando sintió que algo estaba "raro".
Bajó a mirar y tenía una rueda pinchada.
Sin mucho preámbulo abrió el baúl y para su asombro, comprobó que le faltaba el gato.

A unos doscientos metros se veía una casa. Si dirigió hacia ella.
Por el camino empezó a pensar como podría ser que no esté el gato, y eso lo llevó a pensar en que explicación daría para pedir uno.
La verdad es que ya eran cerca de las 12 de la noche, no era tan temprano. Y pedir un gato es algo raro, salvo que tenga auto, no es probable que tenga uno. En una de esas se cree que soy un ladrón y me llena de plomo sin dejarme hablar. Aparte a lo mejor se quiere aprovechar y pretende cobrar el alquiler de la herramienta. Ni hablar si después aparece algo roto y me lo quiere cobrar en entero a mi. Estos son más vivos, te ven cara de la ciudad, a la primera donde pueden te sacan guita sin dudar

"toc toc"

La puerta se abre

- Sí, dígame. ¿En qué lo puedo ayudar?
- ¡¡Nada!! ¡Metete el gato en el culo!


Me lo contaron el otro día y me pareció una forma graciosa de ilustrar el post de hacerse películas


lunes, 14 de febrero de 2011

Compañía

El problema no es estar solo.
El problema es que te caiga mal la persona con la que estás a solas.

viernes, 11 de febrero de 2011

Africa

La carga era pesada. Muy pesada. Pero yo, por que no decirlo, era fuerte. Tampoco era la primera vez que llevaba algo tan pesado.
El camino era conocido y muy bajas las probabilidades de perderse, pero la irregularidad lo dominaba en todo su recorrido.
El sol azotaba mi espalda con latigazos ardientes, pero la de mis compañeros también. Nadie se quejaba. Era nuestro trabajo.

Mi tarea no era solo el transporte, también tenía que trabajar en la planta para armar mi carga.
La mayoría de nosotros hacíamos casi el cien por ciento del trabajo, desde la organización y recolección, pasando por el transporte de la carga, hasta el depósito.

En un golpe repentino, tanto de viento como de cambio de temperatura, el cielo se obscureció. Por suerte, no solo contaba con mis ojos, sino que también tenía mi equipo de detección y comunicación, que nunca me había fallado.

La humedad en el aire comenzó a aumentar sostenidamente. La tierra se acomodaba esperando el agua, ya la podía disfrutar. Estoy seguro de que se la veía sonreir. La amarillenta vegetación hacía lo mismo. De hecho, sabía los problemas que la lluvia nos iba a traer y ya se estaban regocijando en su crapulencia.

No se hizo rogar. Desató su gloriosa estampida de gotas que golpeaban el suelo como bombas que explotaban salpicando todo el espacio circundante.
Nosotros seguimos a paso firme.

El suelo comenzó a saturarse, ya se podían ver pequeñas riadas que corrían por las partes bajas del suelo.
La carga que transportaba me protegía, pero el líquido igual alcanzaba gran parte de mi cuerpo.

Pronto supe que esta no iba a ser una lluvia pasajera, el tamaño de las gotas, el viento y la intensidad con la que nos abatía eran el presagio de que pronto deberíamos buscar refugio, era probable que muchos de nosotros no lleguen a destino.

A pesar de lo blando que estaba el suelo pude subir la barranca que bordea la gran roca. A penas terminé de circundarla vi a varios de mis compañeros venir hacia mi empujados por una corriente de agua despiadada. La carga y sus cuerpos eran revolcados y golpeados.

Con una enorme resignación arrojé mi carga que tan cuidadosamente había recojido y transportado e hice lo único que se podía hacer en ese momento. Trepar la gran roca. Sus cientos de grietas y salientes permitían subirla sin mayor dificultad. Incluso bajo la lluvia.
Desde arriba podía comtemplar el espectular poder del agua que tanta vida daba, pero que ahora la quitaba. Los inertes cuerpos de mis compañeros se amontonaban contra una rama que todavía resistía los embates meteorológicos.

Debía seguir avanzando. Quedarme quieto mucho tiempo arriesgaba mi seguridad, es de lo primero que nos enseñan. Siempre estar en movimiento y atentos. La vida salvaje acecha en cada esquina.
Descendí por el otro lado y continué mi camino. Ya estaba fuera de la senda, pero estaba seguro de que pronto la iba a poder encontrar.
Pero antes de encontrarla, fui encontrado.

La bestia estaba a varios pasos de distancia. Su cuerpo cubierto de pelo la hacía parecer menos peligrosa de lo que era.
Los dos nos quedamos estáticos. Yo debía moverme, pero estaba paralizado. Tenía que actuar o morir.
No quería quitarle los ojos de encima, en cuanto lo haga se abalanzaría sobre mí desplegando todas las armas que la naturaleza le regaló en su injusta repartija caprichosa.
Caminar hacia atrás en las condiciones en las que me encontraba no era fácil, pero de todas formas era la mejor opción si no quería perderla de vista.

Se agazapó. Sentí como mi cuerpo se estremecía, el terror me encontró. Si pudiera, lloraría.
La arremetida era inminente. No quería morir. No quería que se alimente de mí, se fortalezca y pueda seguir atacando a los otros.

Todavia tengo la imagen de su cuerpo suspendido en el aire, sus patas desplegadas, sus quelíceros chorreantes listos para perforarme.

Pero el destino pasó a saludarme y fue condescendiente conmigo.

Una avispa negra, con sus descomunales alas y su potente aguijón, la sorprendió en pleno vuelo. La araña nunca supo lo que la golpeó. El veneno de la avispa pronto la paralizó y la dejó lista para ser el desayuno de sus larvas, que en breve saldrían como retoños en primavera a alimentarse del todavía vivo cuerpo de la araña.

Todo sucedió delante mío. Fui espectador del cazador cazado. De la pirámide alimenticia.

Todavía había mucho trabajo por hacer.
Me cargué en la espalda lo que debería haber sido la carga de alguno de mis compañeros y con el cielo cediendo y la lluvia menguando, seguí mi camino a casa.

África es dura y una hormiga tiene que hacer lo que una hormiga tiene que hacer.

lunes, 7 de febrero de 2011

Viaje al centro de la tierra

"En el fondo es bueno", "Pero en el fondo ¿qué pensás?", "No quería que venga, pero en el fondo, sí quería". Los ejemplos pueden seguir, ya los conocemos todos.

Lo llamativo de esto es que el fondo se puede cambiar por en verdad.

En el fondo es lo que verdaderamente queremos.

Pero lo que no se si es tan explícito es ¿a donde es que queda el fondo? Si tiro una piedra ¿cuánto tarda en escucharse que tocó fondo?

La gran pregunta: ¿Hay Fondo?

No, no hay fondo. Podemos perdernos buscándolo en el vasto vacío que nos llena. Que feo que suena eso, voy de nuevo. Podemos perdernos en la inmensidad de nuestro ser, ya sea que vayamos hacia abajo, buscando “el fondo” o en cualquier otra dirección.

No hay límite, siempre podemos conocernos un poco más, sernos un poco más sinceros, ser lo que “en el fondo queremos”.

Lo que hay “en el fondo” es cada uno (sin que sea muy claro que es ese uno del cada uno). Lo que de verdad sentimos.

Lo que pasa es que a veces, por razones propias, o peor aún (peor?) por razones externas, las cosas más nuestras, las que más quieren salir a los gritos al mundo, son las que guardamos en ese fondo.

Hay que hacer como se hace con las medias, darlas vueltas. Que el fondo sea lo que nos envuelva y no lo que está adentro atrapado.

jueves, 3 de febrero de 2011

Películas de miedo

Las películas de miedo se ven con los pies arriba de la cama o del sillón. Es la única manera.

EDIT 05/02/2011: Es muy fácil tomar este post en forma literal.
Hay muchas cosas que sabemos que "no", pero en realidad "sí".
Sabemos que no va a salir una mano sangrienta que nos agarre del tobillo, pero igual levantamos el pie. La idea es extrapolarlo.
Pero tengan cuidado, no se corten...

lunes, 31 de enero de 2011

Don Viegues de las Vegas, Nevada

A diferencia de la forma en la que escribo siempre, hoy voy a romper un poco la línea y hacerlo con otro tenor.

Esta mañana salí al aire por la 100.7 Mhz, Blue, en un programa que se llama Lado B.
El conductor es Diego Scott, que en este momento estaba acompañado por Diego Iglesias. Así que la cosa fue 3D.

Ya que estoy contando esto, voy a explicar el por qué del título de este blog.
Mi nombre es Diego, que fácilmente se puede convertir en Diegues.
Por otro lado Don Diego de la Vega, el Zorro en castellano, también se llamaba Diego.
En la otra esquina estaba Las Vegas, Nevada, una ciudad conocida que no necesita presentación.
Mi compañero de departamento con el que vivía en el 2005 metió todo en la liquadora de su mente, agregó una V y salió un Don Viegues de las Vegas, Nevada.
Así que se lo debo a él, Látigo.

Ya que estoy, aclaro que el que quiera aportar a la causa haciendo comentarios constructivos en cualquiera de los posts, puede sentirse libre de hacerlo.

La vida es una fiesta. En cuanto consiga entradas me mando.


martes, 25 de enero de 2011

Pensamientos Mágicos

Ideas irreales. Apoyadas sobre bases delirantes. Son como una bicicleta fija. Te llevan a ningún lado. Rápido.
Hace unos días dije, sin medir mis palabras y a quien se las estaba diciendo:
“Hay $30 millones en el Quini 6, que bueno sería ganármelos y no tener que trabajar más”.
La respuesta que obtuve fue:
“Pensamientos mágicos”.
No hizo falta ningún tipo de aclaración, explicación o agregado necesario para entender la toxicidad de esos pensamiento mágicos. Creo que tendrían que llamarse Pensamientos delirantes que te mantienen en una nube de pedos viviendo una irrealidad que nunca se va a realizar, pero claro, ese nombre es muy largo.

Lo peor de todo no es su nombre, lo peor es lo identificado que me sentí. La cantidad de veces que solucioné mi vida durante unos minutos delirando con mi máximo poder de imaginar situaciones tan ideales como improbables, algunas hasta desafían las leyes de la física!

Es como drogarse. Es escapar a la realidad imaginando otra, imposible, donde algo de mi vida que no me gusta, está solucionado. Casi puedo saborear su dulce sabor. Es como oler las milanesas con puré de mamá. Sabés que estás a minutos de zaparte cuatro formidables milangas. Pero en este caso, la milanesa nunca llega.

EDIT: 27/01/2011
Me quedé pensando un poco más en esto que escribí y me gustaría agregar que los pensamientos mágicos también aportan su toque de color a la vida.
El problema no es tenerlos, si no que ellos nos tengan.

jueves, 20 de enero de 2011

Baterías

Soy de la generación donde las baterías tardaban mucho más en cargarse que en gastarse.

miércoles, 19 de enero de 2011

Insectos

Capítulo I - Buscar y encontrar

- ¿Cuánto es? - Preguntó mientras sostenía el periódico del domingo en su mano derecha.

El kiosquero hizo una seña que no comprendió. A lo mejor no había entendido la pregunta. Por las dudas extendió un billete que cubriera el valor y recibió su vuelto.

Caminó hasta llegar un bar ambientado con una decoración retro. Escogió una mesa y abrió su diario en la sección de empleos.
Casi todos los avisos le eran familiares. De hecho no era la primera vez que compraba el periódico y conocía perfectamente su valor, así como la esquina superior en la que estaba impreso. Pero simpre preguntaba por las dudas algún día, por error, le dijeran de menos y se pudiera ahorrar unos centavos.

Había intentado aplicar a casi todos los empleos a los que podría aspirar, pero sin suerte. Ya estaba por cerrarlo y buscar alguna excusa para no pagar su café cuando vió un recuadro que no reconoció.

“Se busca jóven discreto para limpieza especial”

No tenía la menor idea de que podía ser eso, pero si la paga era buena, entonces era bueno para él. Llamó al número indicado e intentó concertar una cita. Pero en lugar eso, se le solicitó un número de teléfono al que contactarlo en los próximos días.
Ya era viernes cuando el teléfono, de su vecino, porque el suyo ya había sido cortado por falta de pago, sonó y se le avisó de la fecha y hora para su entrevista.

Era una gran galpón en una zona industrial. Una pequeña puerta y un timbre era todo lo que se podía ver que no sea la pared que lo cercaba.

- Diga su nombre. - Dijo una voz que salió del intercomunicador.
- Marco Hummings

Nadie contestó, pero el sonido timbrante del electroimán del pestillo fue suficiente para saber que debía tirar de la puerta.
Caminó por el pasillo como si supiera por donde ir, hasta llegar a una oficina que se encontraba al final.

- Bienvenido. Soy el doctor Isaac Newton.

Marco lo miró sin saber si debía reír ante el chiste que acababa de escuchar.

- Se que parece una broma, pero ese es mi nombre. Tome asiento por favor.

La entrevista ya se estaba haciendo muy larga. Marco no tenía ninguna duda de que el Doc se estabas asegurando de que si él tomaba ese trabajo, era porque no había podido conseguir otro.

- Es muy importante que usted entienda que su discreción sobre cualquier cosa que vea aquí reviste una gran importancia para mí.
- Sí, lo entiendo perfectamente.
- No, no lo hace. Pero es lógico que todavía no lo haga.

Marco levantó una ceja como desautorizando el juicio que le expedía tan cómodamente el doctor.

- Créame. De todas formas será muy bien pago, como ya le dije.
- ¿Podría decirme cual es la paga?
- Si acepta el trabajo y lo realiza como debe, la paga será de 1000 dólares por semana.

Marco intentó no mostrar la sorpresa y emoción que lo golpearon repentinamente.

- Me tomé el trabajo de investigar un poco sobre usted. Verá, me gusta conocer a mi personal. Se que necesita el dinero. Se lo enferma que está su madre y los gastos que esto le ha traído. Yo podré ayudarlo si usted me ayuda a mí. ¿Comprende?

La mirada del doctor Newton se fijó tajantemente sobre los ojos de Marco. La seriedad de su palabras y la potencia de su mirada lo intimidaron a tal nivel que cuando intentó contestar, la primer palabra que esbozó tuvo que ser repetida ya que había sido incomprensible.
Se reacomodó en su silla como intentado sacudirse la tensión.

- Entiendo perfectamente y creo que podremos ayudarnos mutuamente. Entiendo que es lo que necesita de mí y veo que sabe lo que necesito de usted.

Sonrió confiadamente, como si sus palabras no lo hubieran sido lo suficiente y necesitaran una ayuda extra.
La cara de su interlocutor no se modificó ni un milímetro.
En ese momento entró en la oficina Rastriz, como se presentó a sí mismo, y le dio la bienvenida.

Le pidió que lo acompañe para explicarle los horarios y tareas que debería realizar.
Se dio vuelta para despedirse de su nuevo jefe, pero el ya no se encontraba en la habitación.
Miró con sorpresa a Rastriz, quien sin acompañarlo en el sentimiento le indico con la mano hacia a donde se deberían dirigir.
Fueron más las restricciones que recibió que las tareas.
El empleo era simple: Limpiar. Limpiar y no preguntar.


Capítulo II - Ser encontrado

Ya llevaba un mes de trabajo. Todos los días se levantaba pensando en renunciar.
El olor, las manchas de esa baba extraña, los pedazos de algo que no podía descifrar que eran, pero que parecían restos de insectos del tamaño de una zanahoria en los casos más exagerados. Lentamente lo estaba dejando la cordura.

Ese fin de semana era el primero que podría utilizar algo del dinero, el resto había sido todo para el pago de deudas. Iría a un bar donde las botellas estén llenas y las mujeres vacías. Como él.

La noche no había sido muy buena en cuanto a mujeres, pero las copas no lo perdieron de vista. Estaba saliendo del bar y fue entonces cuando escuchó como gimoteaba una suave voz femenina.
No tenía ninguna intención de ser héroe, pero si de saciar su intriga.

Era un hombre forcejeando con una mujer. Pero ésta no ofrecía mucha resistencia y él tampoco parecía querer robarle. Incluso parecía que se conocían.
Ello lo vió y pidió su ayuda. Marco hizo su mejor actuación de ebrio que no escucha ni ve nada y siguió su camino.
La mujer corrió hasta él y se paró detrás, en seguida llegó su agresor.
La situación era confusa. Los gritos y tironeos iban y venían de todas las dirección.

Vicky cayó al suelo sobre unas bolsas de basura.
Marco intentó escapar pero terminó cayendo sobre su contricante quien se golpeó la cabeza con el suelo y quedando inconsciente.

- Muchas gracias. Muchas gracias! Me has salvado! Nunca podré pagártelo.

Marco no se había dado cuenta de lo hermosa que era Vicky. No tardó en pensar miles de formas en la que ella sí podría pagarle su acto de bravía y protección desinteresada.

Pronto convinieron que lo mejor era dejar la zona y perderse por las calles de la ciudad.

- Bueno ¿y por donde vives?
- Ahora, en ningún sitio. ¿Y tú?
- Pues yo vivo a dos calles de aquí. Sin pensarlo se ve que el instinto me trajo hacia este lado. Puedes dormir en mi cama. Tengo un sofá que me ha acogido más de una noche, no tendré problemas.

Nada más sucedió esa noche.
Los días pasaron y ambos fueron encontrando en el otro un apoyo que necesitaban. No eran la pareja ideal, pero eran lo único que tenía a la mano.
Marco nunca indagó sobre quién era el hombre de aquella noche. De hecho no preguntó nada sobre su pasado. Cuando ella preguntó donde trabajaba, él contestó que era mejor que cada uno calle su historia. Ella asintió.

- Hay algo que no te he dicho.
- Prefiero no escucharlo entonces. - Replicó Marco.
- Me gusta el peligro. - Dijo y se quedó mirándolo con cara de niña mala.
- ¿Ah sí? Pués yo tengo algo que podría gustarte entonces. - Dio un par de pasos y tomó unas llaves del cenicero de la barra de la cocina.
- Si quieres puedo enseñarte un lugar que te dará escalofríos. Pero nunca podrás comentar sobre este sitio a nadie.- Marco disfrutaba enormente sentirse tan poderoso al contar con las llaves de un lugar que estremecería a su chica.

En todo momento supo que era una mala idea, pero la tentación de ser él el que esté llevando a la ruda Vicky a un lugar como ese, era algo que no podía evitar.

- Silencio. Desde el momento en que yo abra la puerta, no podrás decir ni una sola palabra. Tampoco hacer ruidos. Nada. Sólo podrás ver y estar atenta a cualquier orden que yo te de. Y otra cosa, no podremos volver a hablar esto. ¿De acuerdo?

Marco sabía perfectamente que de noche no había nadie, y que nada iba a pasar, pero era más emocionante poner las cosas de esa manera.

- Si. Haré todo lo que tu digas. - Marco dejó volar su imaginación.

Abrió la puerta, acercó lentamente su dedo índice a su labios y los golpeó suavemente dos o tres veces. Ella sonrió.

Recorrieron el pasillo como dos agentes secretos en una misión más secreta todavía. Atravesaron la oficina y llegaron al laboratorio.
Marco iba relatando los experimentos que se iba imaginando a medida que hablaba, experimentos que podrían hacerse con todos esos instrumentos y elementos que los rodeaban.

La fascinación de Vicky enaltecían a su compañero.

Fue entonces cuando sintió ese olor pestilente que tan bien conocía. Ya había limpiado. - ¿Me habrá faltado alguna parte? - Se preguntaba mientras miraba intentando saber que era lo emanaba.

- Qué olor. - Dijo Vicky entre susurros, con una sonrisita picarezca por burlar la orden de no hablar.

Marco la miró abriendo los ojos como simulando sorpresa por haberla escuchado hablar. Pero la broma se convirtió en cosa seria cuando escuchó un sonido desgarrador. No era un animal. Por lo menos uno que el conociese. Era como si un sonido seco y chirriante saliera de alguna de las puertas metálicas de la pared del fondo. Puertas por las que él nunca debería entrar.
Había llegado el momento de irse.

Capítulo III - No querer ser encontrado

- Buenos días.
- ¿Le parece? - Dijo Rastriz. - Usted sabe muy bien cuales son los horarios en los que tiene permitido ingresar. A partir del día de la fecha vamos a prescindir de sus tareas de limpieza.

Marco se deshizo en pedidos de perdón y súplicas. Necesitaba el dinero y no sería fácil conseguir otro trabajo donde pueda ganar tanto. Rastriz lo dejaba hablar, hasta que fue suficiente.

- Muy bien. Le daremos otra oportunidad. Pero deberá hacer otro trabajo para nosotros. Se le pagará el doble. Y dado que le gusta venir aquí de noche, también deberá hacerlo para trabajar. Piense que tendrá las tardes libres. Siempre puede irse si lo prefiere.

Marco aceptó y se fue maldiciendo a su casa.

Si pensaba que lo que veía durante el día era desagradable y grotezco, entonces no exísten palabras para explicar lo que veía de noche.
Al parecer, los insectos que diseñaba genéticamente el doctor, se volvían mucho más activos de noche, y ese era el momento en el que se alimentaban, reproducían y, aunque suene ridículo, parecían jugar.
Algunos eran del tamaño de un perro mediano, otros como gatos. Algunos como palomas. Su formas eran tan variadas como sus cantidades de patas, ojos y alas.
Brillaban, eran como cucarachas enormes. Su cabezas llenas de ojos vacíos miraban en todas las direcciones. Eran terriblemente agresivos y desagradables.
El suelo se encontraba repleto de excrementos. Definitivamente esperaba no tener que limpiar eso.

- Descuide. Nadie puede entrar, así que no se limpia dentro. - Rastriz supo leer la expresión de Marco.

Si Vicky viera eso, nunca más en su vida podría olvidarse de él. Nadie podría superarlo. Ella quedaría totalmente impresionada. Tenía que llevarla.

- Ésta es la cámara principal de insectos. Hay otras más. Pero son más pequeñas y su contenido es tanto más peligroso. Por ahora, usted deberá asistirme en la captura de los insectos que debemos sacar para trabajar sobre ellos.

A Marco no le gustó nada la forma en la que dijo ese trabajar. Comenzaba a entender de que se trataba todo lo que había limpiado en el labortario. Pedazos cercenados de esos insectos inmundos.

- Vicky. Es hora de que sepas algo. El sitio al que fuimos esa noche. Bueno, ese es el lugar donde trabajo.
- Lo imaginé. - Dijo con cara de tonta.
- Sí. - Dijo él. - Pero lo que vimos no es nada. Puedo enseñarte algo cien veces más estremecedor. Sólo tengo que encontrar el momento apropiado.

No tenía ni la menor idea de como iba a hacer para entrar sin ser vistos, ya que la primera vez fue descubierto, al parecer, sin ningún problema. Pero su necesidad de pasar a la historia en la historia de Vicky lo iba a llevar a encontrar la manera.

Comenzó a comprar el periódico los domingos otra vez. Nunca encontraba lo que buscaba hasta que un día vio un recuadro en la parte inferior de la página que le pareció familiar.
Vicky no tenía servicios a su nombre, no tenía casa, no tenía parientes. De hecho Marco dudaba que su nombre real sea Vicky. Si se presentaba al puesto de limpieza diurno, iba a ser mucho más fácil llevarla al sector de cámaras de insectos.

Lamentablemente Vicky quedó seleccionada. Quizá un descuido de su empleador. Quizá ella era muy buena en lo que hacía. La cuestión era que empezaba el próximo Lunes.

Rastriz recién la conoció ese mismo Lunes, no había podido tener el gusto antes.
Esa misma noche cuando Marco llegó lo miró despectivamente.

- No aprendes eh.
- ¿Perdón?
- Te felicito. Lo han hecho bien, pero cometiste un error. Uno solo. Llevar una foto de ella en tu billetera. Un gran y tonto error.
- Bueno, está bien. - Dijo Marco. - Es verdad. Es mi chica. Pero ella es muy valiente y sabe guardar un secreto. No tiene familia ni amigos. Es ideal para este trabajo. De hecho, podría ayudarnos a nosotros. Sabes que ya no damos a basto los dos.

Rastriz lo miraba. Por un lado Marco tenía razón. Por otro lado, Marco se había pasado de la raya. Por segunda vez.

- Está bien. Seguiré tu consejo. Pero ella no podrá venir los días que esté indispuesta.
- Marco no hizo preguntas y se dedicó a su trabajo el resto de su turno nocturno.

La cabeza de las mujeres puede afectar mucho a su cuerpo. Bastó con que se le diga que no se presente los días que esté indispuesta para convertirse en la chica más irregular de la ciudad. Una noche, ese período llegó antes de los esperado.

- ¿Que sucede? - Gritó Marco.

Los insectos estaba desquiciados. Golpeaba el vidrio y se atacaban entre ellos. Era como si una ira los invadiera.
En ese momento estaban transportando uno en una pequeña jaula como las que se usan para los animales en los aeropuertos. Pero con algunos refuerzos para resistir a sus huéspedes.

- ¡No lo puedo sostener! ¡Se mueve mucho!

La caja se partió y una antena salió rápidamente por la rendija. Luego una pata y a continuación otra. En muy pocos segundos se encontraron envueltos en una carnicería. El insecto se disparó hacia la pelvis de Vicky y le produjo una daño irreparable. En poco tiempo murió desangrada.
Marco no fue mordido, pero las patas del insecto se encontraban provistas de puntiagudas espinas que lastimaron severamente su carne.
No fue hasta que Rastriz le propinó un hachazo directo a la cabeza que el insecto dejó tranquilo el cuerpo de Vicky.

Capítulo IV - Encontrado por el hambre

LLevaba dos semanas en unos pequeños dormitorios, alejados de las jaulas, pero dentro del galpón. Debía hacer reposo. No podía trabajar ni volver a su casa. No en esas condiciones.
Rastriz se había ocupado del cuerpo de Vicky.
Marco no podía ir a ningún hospital. El doc se ocupaba de sus heridas, que no evolucionaban bien.

La comida lo repugnaba. Cada vez le costaba más tragar. Pronto descubrió que las verduras eran como comer pasto y la carne, solo la toleraba si estaba muy jugosa.
Ninguno de los dos le daba su opinión acerca de su estado, pero sabía que no era bueno.
Lo días pasaron y su problema con la comida se agragababa. Solo podía comer carne cruda.

- ¿Que me está pasando? No tengo sensibilidad en las piernas. Las puedo mover, pero no siento nada. ¿Porqué me está pasando esto? - Dijo mientras se levantaba el pantalón del pijama y le mostraba su pierna a Rastriz.
- Voy a llamar al doctor.

La pierna negruzca y de aspecto sólida había desconcertado a Rastriz, y no cualquier cosa conseguía hacerlo.

El espejo le devolvía una imagen abominable de su propio ser. Sin ningún tipo de tapujo o disimulo. Una realidad tan cruda como la carne que ya no podía comer.

- Tengo hambre. - Sus palabras eran difíciles de comprender.
- Marco. No voy a mentirle. No estoy seguro de que le pasa ni por que pasa tan rápido, pero este lugar ya no es seguro. Será mejor que se acomode en una de las cámaras.
- A mi no me van a encerrar como a esos insectos inmundos. Yo soy una persona. No un bicho.

Rastriz y Newton se miraron. Ninguno de los dos lo veía como un humano. Ya no.
El hambre lo transtornaba. No sabía que comer que no lo repugne, pero debería hallar algo pronto.

Se sintió atrapado y su nuevo instinto afloró. Pegó un salto violento y golpeó los cuerpos de los dos. Sus piernas le daban un empuje poderoso. Podía empujarse hacia adelante con una violencia perturbante. La segunda vez se golpeó fuertemente con la pared, pero su cuerpo ya era muy resistente como para morir con el golpe, como ciertamente hubiera pasado con cualquier ser humano normal.

Su glándulas percibieron un olor delicioso. Lo que sea que fuere, eso era lo que iba a comer. Comenzó a desplazarse arrasando con todo. Su segundo par de extremidades salía de sus costillas, todavía no estaban muy desarrolladas, de hecho tampoco sabía que las tenía, las acababa de descubrir. Le gustaban.

Llegó hasta la fuente del olor. Eran los restos del cuerpo de Vicky almacenados en un congelador. A pesar de su fuerza le fue muy difícil penetrar la puerta que ya no supo como abrir.
La carne vieja, que había comenzado a pudrirse antes de ser congelada, satisfacía su apetito voraz. Poco tardó en reducirla a huesos brillantes.

El gas lastimaba sus glandulas y zonas sensibles. Lo estaba desorientando. No entendía de donde provenía, pronto se desvaneció.

- Pensé que nunca caería. Llévalo a la cámara principal. Quiero ver que pasa cuando despierte entre los otros.
- Sí doctor.

Rastriz y sus dos nuevos ayudantes hicieron el trabajo.

- Este es muy grande para haber sido un perro. ¿Con que estamos tratando aquí?
- Luego les explicaré. - Dijo Rastriz con su característico tono cortante.


Nota: Inspirado en los delirios imaginarios de una Flor real.