martes, 19 de octubre de 2010

El escape

Lucre sabía que no las iba a encontrar fácilmente, así que había empezado a buscar las llaves casi una cuadra antes de llegar a su casa. Las carteras de las mujeres son como esas casitas mágicas que de afuera solo se ven de 1 metro cuadrado, pero dentro hay sitio para un piano de cola y el pianista también.
El sol todavía iluminaba desde arriba, trabajar con el horario europeo tenía sus ventajas. Si bien la alarma sonaba muy temprano, a las 5 de la tarde, mientras todavía brillaba el sol, podía disponer de su tiempo.

- Hola! Llegué. Hay alguien?
- Si hija, estoy yo.
- Hola mamá.

Elizabeth, su madre, era una mujer sobresaliente. Lo que se dice una eminencia. Contaba en su haber con una gran cantidad de reconocimientos y distinciones por su excelente trabajo en el campo macroeconómico. Área de estudio en la que también se especializó la hermana de Lucre, Agustina.
A diferencia de su hermana y madre, Lucre se inclinó por la microeconomía. Siempre pensó que los aspectos determinantes estaban en los detalles, en la gente, y que por eso los comportamientos económicos eran tan difíciles de predecir.
A pesar de su excelente promedio y de lo brillante que era, ella siempre sintió que no brillaba lo suficiente a los ojos de su madre, que solía compararla con su hermana. Agustina se oponía a estas comparaciones, pero luego de que Elizabeth terminara de expresarlas. En el fondo la hacía sentir bien con ella misma. Sabía que haber elegido la misma carrera de su madre fue un error, que no era lo que realmente quería, lo de ella era el Marketing, pero no tuvo las agallas de su hermana para estudiar lo que en verdad le gustaba. Por eso en algunos momentos sentía cierta envidia.

Sin importar que estaba soñando Lucre, el despertador sonó. Siempre lo hacía, era un desconsiderado, pero por lo menos era confiable. Bastante más de lo que podía decir de su último novio. No es que él la haya traicionado, era un buen chico, pero al igual que los anteriores, no le dio lo que ella buscaba, y eso, en cierta forma, era una manera de traición. Sin embargo, no los culpaba, que podían hacer si no eran lo que ella necesitaba? Es más, cómo iban a saberlo, cuando ni ella lo misma lo sabía. Aunque ella creyera que sí.

- Ya escribiste tu ensayo Lucrecia?
- No mamá, no tuve tiempo.
- Que diría tu padre si todavía viviera! Que horror. Y cuando lo vas a hacer? Un día antes? No te va alcanzar el tiempo.
- No se mamá, pero lo voy a tener listo para cuando lo tenga que presentar. Como siempre hice.
- Porque no hacés como Agustina hija, ya tiene su todo listo y anillado y le faltan 2 semanas para la fecha de presentación!
- Dejala mamá. Lo va a hacer cuando ella quiera.

Dijo Agustina, como de costumbre, esperando a que su madre termine y sin interrumpirla.

Aunque a simple vista no parezca, verdaderamente era una familia muy unida. La muerte del padre en un estúpido accidente vial producido por un adolescente ebrio las había hecho afianzarse para sobre llevar ese difícil momento. Pero a veces estar muy pegados no deja espacio para el amor. O por lo menos, no el espacio que merece.

Otro día pasaba, pero Lucrecia era la misma y seguía sintiendo que en esa ciudad nunca iba a encontrar lo que buscaba. Su amiga de la infancia se había ido a probar suerte a Estados Unidos, y al parecer por sus mails, la estaba pasando fenomenal. A lo mejor ella necesitaba eso. Irse. Pasar un tiempo sola. Conocer otra ciudad desde adentro, vivirla. Descubrir nuevas cosas. Descubrirse...
Pasaron varios meses hasta que se decidió. Se iba a ir. Escaparse. El destino era Pretoria, Sudáfrica. Siempre le había interesado conocer ese país, además la firma donde ella se desempeñaba tenía convenio con varias empresas instaladas en esa ciudad y podrían facilitarle su ubicación allá.

Su madre se lo tomo bastante bien, tuvieron varias charlas sobre la seguridad y lo mucho que ella debería cuidarse. Ya no era una niña y podría manejarse bien.

“Última llamada. Pasajeros con destino Johannesburg por favor abordar por puerta A6”

Fue un poco más difícil de lo que ella pensó. Quizá si iba a extrañar después de todo, pero no era momento de flaquear. No había sido fácil conseguir un puesto de trabajo, un departamento y el dinero suficiente para estar tranquila.

“El tiempo de vuelo será de 10 horas 25 minutos, les agradecemos que hayan elegido volar con nosotros y esperamos que el vuelo sea de su agrado”

No pudo dormir muy bien, pero turista es la forma de referirse a los asientos que hacen que todavía valga más el tiempo de vacaciones porque además de trabajar durante un año para poder irse 15 días, había que hacerlo de forma incómoda. El problema era que ella no se iba de vacaciones precisamente.

El tren no era como a los que estaba acostumbrada. Será África, pero los trenes se parecían a los de Europa. Se ve que la influencia inglesa dejó una fuerte marca.
Ella se bajaba en la estación Pretoria, pero él se quedaba en el tren. Cuando ella subía él ya estaba ahí y cuando ella bajaba él seguía.
Su pinta era un poco informal, se apostaba a si misma que tenía algo de francés. Siempre con un poco de barba. No se parecía a la onda de sus parejas anteriores, pero tenía algo que le gustaba. Un estilo bohemio podríamos decir. Claramente su madre lo desaprobaría, no parecía tener estudios y una carrera profesional, daba la imagen de ir para el lado de lo artístico, un lado de ella con el que no tenía mucha relación en su vida, pero definitivamente, tenía algo que le gustaba.

En su mente ágil ya habían hablado cientos de veces, y más también. No había nada que él le pueda decir que ella ya no se lo haya imaginado. Como serían sus primeras palabras, el primer café, el primer beso, y el resto también. Ella ya sabía todo. Lo conocía.
Pero la realidad es que nada de esto sucedía. Todos los días lo veía. Ya sabía cuáles eran sus mejores remeras y pantalones. Pero seguían siendo completamente desconocidos el uno para el otro.
Trataba de que no se note que lo miraba, nada de lo que pasaba afuera de las ventanas del tren iba a cambiar, siempre era todo lo mismo. Jugar a verlo sin ser vista era mucho más divertido. Bueno, sin ser vista tampoco, ella quería que sepa que lo miraba, pero sin ser muy alevosa como para sostenerle la mirada en esos cortos momentos en que la relojeaba. Preciados momentos.
Ya iban 3 meses de vida en Pretoria. Los deslumbres de los animales y los lugares históricos pronto pasaron a ser una iglesia más, otro puente que cruza un río, nada tan especial.
Ese día ella estaba un tanto pensativa. Era esta una correcta elección? Era esto lo que ella quería? Estaba lejos de su familia, aunque con el wifi del vecino podía chatear a diario con ellas y sus amigas, no era lo mismo. Era tenaz y no se quería rendir fácilmente, pero tampoco quería pelear una batalla sin sentido.

“We are sorry to inform that this is the last stop. This train will be delayed due to a problem reported in the rail way 5 miles ahead”

Bueno, se ve que acá también hay problemas con los trenes, pensó ella. Todos bajaron comentando y preguntándose que podría haber pasado.
Nunca se había bajado en esa estación, Mitchell, faltaban 3 o 4 más para la suya. No le preocupaba como iba a hacer para llegar a su departamento, ya se las arreglaría. Algo de emoción y antirutina le dieron una palmadita en la espalda y la animaron poco en ese cuestionado día.

“Excuse me, may I ask you a question?”

De donde salió eso? Como fue que ella le estaba preguntando a él cómo llegar a Pretoria y no a cualquier otra persona? Se supone que él debería aproximarse, saludarla, preguntarle de donde era, demostrando que conoce a las mujeres y que sabe que ella no es de por ahí. Todo esto con un encantador tono francés.
Pasaron pocos minutos antes de que ella se enterara que su amigo francés efectivamente lo era, que había vivido en Madrid 1 año, así que además de ser tal como ella se lo imaginaba, hablaba español. Todo iba sobre ruedas.
El se ofreció a acompañarla en bus hasta cerca de su casa y después el seguiría a pie, ya que su parada era la siguiente.
Cómo hacer para que esto no termine se preguntaba. No quería dejarlo ir. El era lo que ella necesitaba, alguien que no sea el novio perfecto que buscaba su madre para su hija, si no el que ella quería. Quizá el que ella quería para darle el coñazo a la madre. No importa, como sea, era el que ella quería.
Que relajante fue que le pida su teléfono. El miedo de pensar que ese hombre seductor no se había fijado en ella y que seguiría su camino simpáticamente no le gustaba nada. Lucre no era de una belleza llamativa. Sin embargo era muy bella, pero solo a los ojos de los que la sabían ver. Era especial, era distinta. Un espectador casual no podría darse el lujo de admirarla. Ella era levemente consciente de esto. La duda era si él lo habría sabido ver…
No tuvo ninguna noticia en todo el resto de la semana. Se ve que debe tener muchas chicas a quienes llamar, pensó.

“One love - This is the way we found // One love - Even though they'll let you down”

Su teléfono sonaba. No había cambiado el ringtone. De alguna manera cada vez que lo escuchaba se sentía un poco en casa. Los sonidos tienen el poder de transportarnos más cómodo que los aviones, y no solo en el espacio, sino que también el tiempo.
Era él.

No tenía mucho tiempo para ponerse linda, por suerte había traído esos zapatos de taco alto que Agustina le insistió para que lleve. La pasaría a buscar bastante más temprano de lo que hubiera querido, pero como decirle que no. Ya había estado pendiente de ese maldito celular demasiado tiempo esperando su llamado.

La comida estuvo perfecta. La aire de la noche y el vino le permitieron sentirse cómoda y soltarse, por suerte. Porque estaba bastante nerviosa. Después de todo, no solo era su primera cita en Pretoria, sino que además era con él.
Se volvieron a ver algunas veces más. La confianza, atracción y el deseo fueron creciendo. Los besos que le daba la encendían desde adentro.

Llegó el momento en que él fue un poco más allá y la invitó a su casa.
Sería mala idea rechazar la oferta de ir a tomar algo su casa? Quedaría como una chica fácil? No quiso demorar la respuesta. Asintió. Pero dejó claro que ella era una mujer seria y que no la debería poner en una situación incómoda.

El vino que solía ser su aliado, esta vez, la estaba traicionando. Esos tragos que le permitieron relajarse en su momento, ahora le estaban jugando una mala pasada. Estaba derribando sus barreras, sus ataduras. Nada la detenía, nada la frenaba para empezar a sentir ese calor. Esas ganas de darse un beso profundo y dejarse llevar más allá.
Ésta vez, ella tomó la iniciativa. El beso la dejó boyando. Si con un beso podía hacerla sentir así, como sería si siguieran conociéndose?

La tomó de la mano y se dirigió al dormitorio. La vista desde la cama permitía ver la luna que iluminaba los techos bajos de las casas del barrio.
Esa era su noche. No iba a reprimirse, ya lo había hecho muchos años. Iba a hacer como esa amiga suya que descaradamente aceptaba las propuestas de los hombres. Se sentía un poquito atrevida, se sorprendió al ver que eso le gustaba.

Se recostó boca arriba y se quedó mirándolo. El se sacó la remera y dejó ver su trabajado físico. Ese hombre sabía lo que le gustaba a las mujeres. Era la medida justa. Músculos en su punto exacto. Abdominales envidiables. Por primera vez en la noche se sintió intimidada.
Ella usaba un vestido sueltito. No era una joya del diseño, pero tenía la simpleza y gracia que la caracterizaban a ella. Acostada permitía distinguir las bondades de su figura, que él ya había percibido.
Le apoyó la mano en la cintura y la fue deslizando hacia arriba. Llegó a sus pechos que pronto fueron descubiertos en alerta. Ella cerró los ojos cuando vio que se le acercaba para besarla. Levantó los brazos y los apoyó a los costados. Se entregó.
Ya había inspeccionado su cuerpo, ya sabía por dónde atacar. Descubrió los puntos débiles que su vestido brindaba. Poco tardó en llegar a su intimidad y sentir su desnudo aspecto. Sus dedos se movían con una maestría desconocida para ella. La tocaban, la acariciaban, la llenaban, la hacían desear y la satisfacían. Se paseaban libremente desde atrás hasta adelante. No había sitio seguro en su cuerpo, la invasión tomó hasta el último de sus bastiones.
Los besos fueron bajando por su cuello. Se desabrochó los 4 botoncitos que mantenían cerrado el escote del vestido, no quería que se interpongan en el camino de sus labios. Los besos siguieron y pronto llegaron a la cresta de sus olas. Ella sentía la lengua, los dientes, las pequeñas mordidas y el pelo de su corta barba rebelde en su pecho. Quería arrancarse el vestido. Una yegua salvaje en su interior peleaba para salir, cabalgar libremente por las pendientes de esas sábanas delicadas que los rodeaban. Mientras tanto él comenzó a levantarle el vestido en la zona de la cadera. Hizo un disimulado movimiento que le permita a tu amante levantar el vestido con mayor facilidad. El bajó hasta su pierna desprotegida y comenzó a subir recorriéndola con su boca. Cuando llegó a su destino, rozó con sus labios los de ella y siguió hasta el otro lado donde continuó con su estampida de besos profundos y suaves caricias. Volvió a la carga dirigiéndose hacia el punto central. Ella rogaba que esta vez él se quede ahí. Un mar de placer brotaba de entre sus piernas, en el cual François se sumergió durante varios minutos. El poder de las sensaciones que la invadían la hacía arquearse, echar la cabeza para atrás, pasar sus manos por su pecho y apretarlo. Estaba a punto de explotar. En ese momento justo, casi como si estuviera dentro de ella y supiera lo que se venía, él se detuvo. Se le aproximó hasta quedar justo en frente de su rostro y permaneció mirándola con sus penetrantes ojos negros. Continuó mirándola durante varios segundos. Ella sintió una leve incomodidad hasta que por fin él le regaló una sonrisa. La tensión se dispersó y ella también sonrió.
Sutilmente comenzó a sacarle el vestido, pero ella, contrario a lo que se hubiera esperado, se sintió sobrexpuesta. No es que no se llevara bien con su cuerpo, pero perder su armadura de tela la dejaba muy vulnerable. Que pasaba si la veía tal como era y no le gustaba? Se cubrió disimuladamente, o no tanto tal vez, y acusó necesitar pasar al tocador.
Una vez en el baño se miró al espejo y se dio coraje. Iba a salir cubierta con una toalla en forma sensualmente sugestiva, con actitud provocadora. Iba a ser sexy. Iba a ser una mujer que él no pueda olvidar tan fácilmente.
Cuando se puso la toalla alrededor de desnudez notó que no era la primera mujer que lo hacía. Una manchita clásica de una chica en uno de sus días delataba que hacía poco que había cubierto otro cuerpo, que claramente no era el de ella.

Cuando salió del baño él no ya no estaba. Habrá ido a buscar más vino? Se preguntó.
Tímidamente caminó por el cuarto hacia la puerta. Tampoco estaba en el living. Sus pies sentían el frío del piso de mármol. Fue a la cocina y tampoco lo encontró. Una puerta oxidada daba a lo que probablemente era un lavadero. Sabiendo que no era lo más apropiado la abrió. Era un lavadero. Al momento de cerrar la puerta vio un reborde en el suelo que al principio ignoró, pero su mente inquieta la llevó a volver a abrirla y agacharse a recogerlo.
“Adia Chausiku”. Era un documento de identidad.

- Acá estoy. Otra vez se metió el gato de la vecina. Se lo fui a llevar así no viene a buscarlo y nos ahorramos su interrupción.
- Encontré esto. Esta no era la chica que estaba en las noticias? La que reportaron desaparecida?

François hizo un gesto de resignación con la boca, sonrió con un dejo de asco a la vez que negaba con la cabeza.

- Tenías que ser tú la que lo encuentre, no? No podías quedarte en la habitación, en la cama, donde perteneces, verdad?

Lucre sintió un frío por la espalda. Movió los dedos de los pies intentando conocer el terreno sobre el que estaba parada. La toalla que la convertía en la diosa de la sensualidad apenas cubría su tembloroso cuerpo. Era como si se intentase esconder detrás de una servilleta. Una lágrima rodó por su mejilla.

- Me quiero ir.

Dijo con un tono de voz que intentaba sonar en control de la situación.
Él movió la cabeza denegando su intención mientras se acercaba al equipo de audio.

- Mi querida Lucre. Eres una chica inteligente. Sabrás que no puedo dejarte ir.

Luego esas palabras la música comenzó a sonar en un volumen considerablemente alto. Ella supo que estaba en una situación complicada.
Se acercó a la puerta sigilosa, pero rápidamente. El estaba de espaldas, no la vería. Pero la puerta estaba trabada. Intentó varias veces abrirla repitiendo la misma acción giratoria con el picaporte, pero el resultado siempre era el mismo.
La fuerza con la que la tironeó del brazo le sacudió la voluntad más agresivamente de lo que lo hizo con su cuerpo, el cual cayó casi 2 metros al costado, en dirección hacia el dormitorio. Sosteniéndose la toalla se levantó y corrió hacia la ventana de la habitación. Allí podría gritar por ayuda.
El peso del cuerpo de su atacante la empujó sobre la cama. Cuando ella se imaginó estar debajo de él, no había pensado estarlo en estas condiciones.
Forcejearon unos momentos. Él podría haberla sometido en segundos, pero quería que ella lentamente fuera tomando conciencia de su destino, y a su vez, que rozara la idea de que podría salvarse. Era un juego macabro.
En un deliz de distracción, en medio del pataleo, logró aplicarle un rodillazo que lo desarticuló por un momento. Se safó e intentó correr. Pero la tomó del tobillo y cayó de bruces. Justo al lado de sus zapatos. Agarró el zapato, lo apretó con fuerza y giró sobre sí misma, él se le estaba abalanzando en el mismo momento que el taco del zapato orbitaba alrededor del cuerpo ella, guiado por su brazo decidido. Entró justo por su tráquea. Pudo sentir como el taco la perforaba con la misma impunidad que él lo había hecho con su alma. Francois se llevó las manos al cuello y se sacó el zapato que tenía incrustado. Sus ojos estaban encendidos. La ira lo dominaba. Su corazón golpeaba su pecho con la furia de mil toros.
Lucrecia saltó hasta el baño y se encerró. Intentó trepar a la ventana pero se resbaló y tiró la cortina de la ducha, que golpeó el portalámparas haciéndolo explotar.
El chispazo dejó la casa sin luz, la música se extinguió. Todo pasó a ser silencio y una frágil oscuridad, que era quebrada por la luz de la luna.
Escuchó pasos aproximándose y la puerta se sacudió, una de las maderas que la conformaban se partió dejando ver la angustiante cara de su amante con el cuello ensangrentado. Tambaleándose dio unos pasos hacia atrás y cayó sentado, su espalda quedó apoyada en la cama. Ella lo miraba aterrada. El la miraba con odio. Se podían escuchar los vanos esfuerzos que hacía por respirar. Sus manos que intentaban cubrir el río de sangre y burbujas que brotaban de su cuello cayeron a los costados, las fuerzas lo abandonaban. Pronto la vida lo hizo también.
Lucre se quedó sentada en el piso abrazándose las piernas hasta que pudo levantarse y dar aviso de lo sucedido.

Era hora de volver a casa con su familia.

En el avión le tocó una ancianita conversadora, sentada justo a su derecha. Pero los años le pesaban y poco tiempo tardó en entregarse al sueño, pero antes de eso le dijo:

- Mijita, que viaje más lindo has hecho. Yo también hice viajes cuando tenía tu edad. Me encantaba conocer ciudades y personas nuevas.

La simpática ancianita hizo una breve pausa, supo leer muy fácilmente que algo le había sucedido y que Lucre no volvía a casa en la mejor de las condiciones. Extendió su cansado brazo y señalándole el pecho con su dedo índice, agregó:

- Quizá ahora puedas buscar en tí, lo que has querido encontrar allí.



Agradecimientos para Sol por iniciarme y a Fori por guiarme.

5 comentarios:

  1. Tengo que empezar hablando de tetas y culos para que lean los cuentos? jajaja

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  2. tetas dijiste? ahh no fue en el comentario...

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  3. jaja algo hay en el cuento también...

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  4. menos mal q prefiero las all star a los tacos!!

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  5. mientras no estes con el hombre equivocado...

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